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Mostrando las entradas de abril, 2009

Sentados sobre calabazas

El hijo del policía. El sobrino del vecinalista. El nieto del albañil. La hija del doctor. La nuera de la empleada doméstica. El hermano menor del puntero. Todos en la misma foto borroneada. Todos con iniciales en negro sobre blanco. Todos anónimos e inimputables. El nene de mamá. La princesa de papá. Los 16 de ayer convertidos en los 10 de hoy. Demasiado estímulo para cerebros que sólo atinan a tomar el paso, cuando y como pueden, entre una niñez perdida cada vez más temprano, una adolescencia cada vez más adulta y una juventud que llega, sí, pero desgastada. Demasiadas decisiones, sin importar las abundancias o carencias del entorno. Una agenda implícita que los pone a cargo de sus familias o de sus futuros, cuando apenas pueden manejar su propio cambio. Escuelas con horarios eternos o erráticos, familias con prioridades alteradas por trabajos que no se apiadan de nada o planes sociales adictivos, hogares disueltos por violencia, desidia, drogas y alcohol. Deambulando en un mapa no

Príncipes perdidos

Que el poder obsesiona es un hecho comprobado por los siglos. Que corrompe invariablemente, es una leyenda que mantiene a los nobles al margen. Que seduce, es un mito menemista. Pero, ya sea como fin o como medio, el poder en manos de un príncipe perdido termina convirtiéndose en una condena. Los hemos visto desgranando estrategias en mesas de café o en oficinas céntricas. Siempre a buen resguardo del ojo indiscreto que ve y cuenta cuando la movida es importante; no tan guardados cuando la intención es que trascienda. Los llaman por su primer nombre, como a Mirtha o a Susana, o en su defecto por aquel apodo de los primeros tiempos más cercanos al barro y al barrio. No son jóvenes ni viejos, son eternos. Con un aura vampiresca, a medio camino entre la pasividad y una calculada indiferencia. No aceptan, condescienden. No avalan, bendicen. No disienten, condenan. Cuando la mano obliga, juegan la carta del buen perdedor mientras calculan al milímetro la puñalada certera. Filtran el mundo a

Un buen hombre

Ha muerto Raúl Alfonsín. Un político, un estadista, un pacificador, un luchador, un creyente. Un hombre culto, honesto, comprometido. El padre de la democracia. El guardián de la memoria. Un histórico. Un constructor. Un buen hombre. Hace dos horas que intento encontrarle palabras a esta pérdida. De todas las imágenes, de todos los discursos, de todas las páginas de diarios de la historia reciente, me quedo entrampada en la fascinación por su oratoria perfecta y hechizante, madre de muchas frases recordadas hasta el cansancio. Y siempre, siempre, en el mar de banderas argentinas, rojas y blancas, que lo saludaba en el regreso a la democracia. Esa imagen increíble, esa sensación electrizante, que ningún político ha recreado con exactitud en tiempos más recientes. No tengo la edad suficiente para haber sido protagonista de esa época. Los míos son recuerdos coleccionados a posteriori y, sin embargo, cada vez que voto regreso a aquel 30 de Octubre de 1983 en el que esperé una eternidad has