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Los que venimos marchando

De  los años transcurridos desde que soy una ciudadana con derecho a votar, he marchado mucho. Mi primera marcha fue contra el terrorismo, por las víctimas del atentado contra la Embajada de Israel. Era 1992. Recién me había mudado a Buenos Aires y vivía a seis cuadras de la calle Arroyo. El día de la bomba, llegué más tarde de lo acostumbrado y no entendía nada mientras pasaba por calles con vidrios rotos y gente que corría hacia el lugar. Dos años después, sin paraguas que frenara la lluvia casi constante, marché hacia la Plaza del Congreso luego del atentado contra la AMIA. La amiga que habíamos buscado durante horas sin saber dónde estaba, marchaba al lado mío. La tristeza nos traspasaba. Llorábamos como muchos. No había palabras que describieran nada. Sólo dolor.  Ese día, cerca de donde estábamos paradas en silencio, un grupo intentó agredir a un político. Siempre recuerdo las palabras que decíamos y escuchábamos a nuestro alrededor: “no, no vinimos a eso; no entendier

El mejor de los nuestros

A veces me escucho decretos que no estoy tan segura que debieran tener vigencia. “Todo pasa por alguna razón” . “Es lo que es” . Y ahí, en el lote de los últimos meses, se acomoda un clásico por reiteración: “el mejor de los nuestros” . La última vez que lo pronuncié asociado al mismo personaje político de siempre, pensé si realmente lo era. Si a todas luces neutrales era el mejor de los nuestros. Tal vez sí, y su entorno no. Quizás ser el mejor no importe tanto, después de todo. Señalar a los nuestros como generación y como pertenencia, como parte de una camada de supuestos cuadros bisagra que no terminan de encontrar la pared ideal para amurarse, es un ejercicio de identidad contemporánea casi no abordado. Los nuestros como contraste de los que nos antecedieron e incluso de los que nos siguen desde las generaciones posteriores. Los nuestros como construcción colectiva de aquellos que se superaron en función de logros precedentes, pero no a sí mismos en las visiones heredad