Los Otros
Definidos los nombres que nos rodearán en carteles, imágenes y voces hasta Septiembre y Octubre, es otra lista la que también se define. Los una vez más no candidatos quedan oficializados y las preguntas se acallan.
Ya no hay danzas de nombres, ni mesas con identidades trocadas como cartas. Podríamos decir, no sin cierto fatalismo, que la suerte está echada aunque nunca me he resignado a aquello que lo da todo por perdido y menos en este ruedo donde lo perdido casi nunca es recuperable.
Tras haber pasado por las diferentes propuestas de unos y otros, o al menos los esbozos, no queda sino la vergüenza ajena de no haber encontrado para nuestra ciudad más destino posible que los garrapateados al azar, descolgados de la realidad, o prolijamente ordenados en una agenda estratégica de veinte puntos paupérrimos, o en un discurso incoherente que reúne lo que no se pudo, lo sí se pudo y el cómo se nos trata, llevados adelante por algún caballito de batalla que poco se acerca a la inquietud del ciudadano común.
Tristes son las imágenes que dejan a las mujeres como compañeras de tés partidarios, eternamente enroladas en las filas de esposas y madres, sin un reconocimiento a lo que su valía podría significar para el progreso de una sociedad. Como lo ha sido por miles de años, como todavía lo es ahora. Ningún punto estratégico habla de un área específica para desarrollar políticas de género, para brindar accesos a créditos productivos, para poder acceder como solteras, con hijos o sin hijos, a un plan de viviendas estatal. Los gobiernos del mundo activan ese motor y el nuestro lo reduce a un mínimo engranaje entre tortas y ajuares, mientras hace del cupo femenino un triste objeto de cambio con determinados grupos de poder.
El área de servicios públicos no ha sido mejor considerada. Una ciudad con una concesión de tranporte público de pasajeros otorgada por los próximos diez años verá pasar dos intendentes antes de que alguien pueda hacer algo al respecto. Ese juego está cerrado más allá de lo mucho que resta por hacer. Como también lo está, sin concesión mediante, el juego inmobiliario eternamente en manos de reformistas de ocasión que no temen a las denuncias de 50.000 razones. El planeamiento urbano y sus dislates de los últimos años ha quedado presa de la inacción y la especulación, impactando también en las próximas intendencias a menos que alguna de ellas quiebre las reglas de ese juego.
En la ciudad más rica de la provincia, el sistema de salud y de seguridad colapsa cada día en medio de anuncios rimbombantes que al final de la jornada se apagan en un eco absurdo.
Y eso también continúa siendo territorio de la mesa de café, ya de por sí bastante poblada de asuntos pendientes y lamentos, en lugar de ocupar las prioridades de agendas de gobierno y plataformas de campaña.
Cuando se confunde presentación de propuestas con señalamiento con dedo de lo que el otro no ha hecho y yo sí haré, el juego democrático pierde brillo y casi sentido. Se transforma en un pan y queso donde ganará el menos pensado y las consecuencias las sufriremos todos.
Las pesadas herencias, las indignaciones por atropellos, los cruces de palabras que intentan ser inteligentes y terminan en chicanas de politiquería son capítulos habituales que ya está claro serán parte –también, una vez más- de este turno electoral.
Así nos despejamos, saliéndonos de una realidad que es nuestra aunque no reclamemos autoría, incapaces de cuestionar con seriedad, proponer con sentido de futuro, disentir con altura y, desde el periodismo, inquirir sin “pautismo”, esa religión a la que cada vez somos más afectos.
No hemos aprendido que nada de eso construye y, como bien corresponde a una sociedad televidente, nos quedamos pegados al circo mientras decidimos que ya tuvimos días bastante difíciles y ya no queremos pensar más.
Esta es la democracia que supimos construir, como forma de gobierno y como estilo de vida, tal como reza la definición.
Una que nos ve salir de casa y esperar un colectivo sucio en una esquina sin refugios, o conducir un auto con el último litro de nafta por entre el laberinto de pozos de algunas calles y rodeados de conductores que no debieran tener una licencia habilitante.
Una que nos hace caminar por la calle porque el estado de la vereda es calamitoso, o nos impide acceder a cines, universidades y baños porque no hay una rampa o un ascensor para nuestra silla de ruedas.
Una que crea mecanismos de consulta popular que nunca se utilizan y, cuando sí se los rescata, no los considera vinculantes.
Una que nos expone a sufrir un asalto cada media hora, a plena luz y en pleno centro, o a ver perdido el trabajo honesto de una vida en manos de un delincuente juvenil que volverá a su casa esa misma noche.
Una que nos deja fuera de las rutas bloqueadas por piqueteros con reclamos legítimos y estados etílicos reales, o nos hace encerrarnos en nuestra casa cuando alguien de nuestra familia trabaja en la empresa que vive el conflicto porque deciden apedrearnos o meterse en nuestro patio.
Una que deja fuera de juego a los que señalan, a los que denuncian, a los honestos, a los que piden coherencia y son arrumbados en oficinas sin calefacción, desterrados del ruedo hacia la actividad privada, a los que no se resignan y ni se plantean entrar en el reparto de ningún sobre.
Es la misma en la que los pocos que quedan adentro o siguen creyendo ven pasar la historia desde el banco de suplentes o haciendo el trabajo que los otros no hacen pero por el que cobran y en base al cual financian y negocian un futuro individual mejor.
Son esos, los otros, los que nos llevan ganadas varias vueltas.
Pero la verdadera cuestión es, en nombre de esta democracia mejor que algunos creemos posible, si los dejaremos ganar una vuelta más.
Ya no hay danzas de nombres, ni mesas con identidades trocadas como cartas. Podríamos decir, no sin cierto fatalismo, que la suerte está echada aunque nunca me he resignado a aquello que lo da todo por perdido y menos en este ruedo donde lo perdido casi nunca es recuperable.
Tras haber pasado por las diferentes propuestas de unos y otros, o al menos los esbozos, no queda sino la vergüenza ajena de no haber encontrado para nuestra ciudad más destino posible que los garrapateados al azar, descolgados de la realidad, o prolijamente ordenados en una agenda estratégica de veinte puntos paupérrimos, o en un discurso incoherente que reúne lo que no se pudo, lo sí se pudo y el cómo se nos trata, llevados adelante por algún caballito de batalla que poco se acerca a la inquietud del ciudadano común.
Tristes son las imágenes que dejan a las mujeres como compañeras de tés partidarios, eternamente enroladas en las filas de esposas y madres, sin un reconocimiento a lo que su valía podría significar para el progreso de una sociedad. Como lo ha sido por miles de años, como todavía lo es ahora. Ningún punto estratégico habla de un área específica para desarrollar políticas de género, para brindar accesos a créditos productivos, para poder acceder como solteras, con hijos o sin hijos, a un plan de viviendas estatal. Los gobiernos del mundo activan ese motor y el nuestro lo reduce a un mínimo engranaje entre tortas y ajuares, mientras hace del cupo femenino un triste objeto de cambio con determinados grupos de poder.
El área de servicios públicos no ha sido mejor considerada. Una ciudad con una concesión de tranporte público de pasajeros otorgada por los próximos diez años verá pasar dos intendentes antes de que alguien pueda hacer algo al respecto. Ese juego está cerrado más allá de lo mucho que resta por hacer. Como también lo está, sin concesión mediante, el juego inmobiliario eternamente en manos de reformistas de ocasión que no temen a las denuncias de 50.000 razones. El planeamiento urbano y sus dislates de los últimos años ha quedado presa de la inacción y la especulación, impactando también en las próximas intendencias a menos que alguna de ellas quiebre las reglas de ese juego.
En la ciudad más rica de la provincia, el sistema de salud y de seguridad colapsa cada día en medio de anuncios rimbombantes que al final de la jornada se apagan en un eco absurdo.
Y eso también continúa siendo territorio de la mesa de café, ya de por sí bastante poblada de asuntos pendientes y lamentos, en lugar de ocupar las prioridades de agendas de gobierno y plataformas de campaña.
Cuando se confunde presentación de propuestas con señalamiento con dedo de lo que el otro no ha hecho y yo sí haré, el juego democrático pierde brillo y casi sentido. Se transforma en un pan y queso donde ganará el menos pensado y las consecuencias las sufriremos todos.
Las pesadas herencias, las indignaciones por atropellos, los cruces de palabras que intentan ser inteligentes y terminan en chicanas de politiquería son capítulos habituales que ya está claro serán parte –también, una vez más- de este turno electoral.
Así nos despejamos, saliéndonos de una realidad que es nuestra aunque no reclamemos autoría, incapaces de cuestionar con seriedad, proponer con sentido de futuro, disentir con altura y, desde el periodismo, inquirir sin “pautismo”, esa religión a la que cada vez somos más afectos.
No hemos aprendido que nada de eso construye y, como bien corresponde a una sociedad televidente, nos quedamos pegados al circo mientras decidimos que ya tuvimos días bastante difíciles y ya no queremos pensar más.
Esta es la democracia que supimos construir, como forma de gobierno y como estilo de vida, tal como reza la definición.
Una que nos ve salir de casa y esperar un colectivo sucio en una esquina sin refugios, o conducir un auto con el último litro de nafta por entre el laberinto de pozos de algunas calles y rodeados de conductores que no debieran tener una licencia habilitante.
Una que nos hace caminar por la calle porque el estado de la vereda es calamitoso, o nos impide acceder a cines, universidades y baños porque no hay una rampa o un ascensor para nuestra silla de ruedas.
Una que crea mecanismos de consulta popular que nunca se utilizan y, cuando sí se los rescata, no los considera vinculantes.
Una que nos expone a sufrir un asalto cada media hora, a plena luz y en pleno centro, o a ver perdido el trabajo honesto de una vida en manos de un delincuente juvenil que volverá a su casa esa misma noche.
Una que nos deja fuera de las rutas bloqueadas por piqueteros con reclamos legítimos y estados etílicos reales, o nos hace encerrarnos en nuestra casa cuando alguien de nuestra familia trabaja en la empresa que vive el conflicto porque deciden apedrearnos o meterse en nuestro patio.
Una que deja fuera de juego a los que señalan, a los que denuncian, a los honestos, a los que piden coherencia y son arrumbados en oficinas sin calefacción, desterrados del ruedo hacia la actividad privada, a los que no se resignan y ni se plantean entrar en el reparto de ningún sobre.
Es la misma en la que los pocos que quedan adentro o siguen creyendo ven pasar la historia desde el banco de suplentes o haciendo el trabajo que los otros no hacen pero por el que cobran y en base al cual financian y negocian un futuro individual mejor.
Son esos, los otros, los que nos llevan ganadas varias vueltas.
Pero la verdadera cuestión es, en nombre de esta democracia mejor que algunos creemos posible, si los dejaremos ganar una vuelta más.