Gaviotas y gaviotos

En el pasto para rumiar que están dejando los ecos de esta campaña, que prometía ser una carrera de fondo y terminó en cien metros llanos, hay un bocado que me resulta un tanto amargo.

De buenas a primeras y sin concesiones, las mujeres se quedaron fuera de juego en el tablero superpoblado de las candidaturas marca 2011.
Las gaviotas -como atinó a llamarlas el histórico referente justicialista José Manuel Corchuelo Blasco- desaparecieron para planear en otro horizonte mucho más lejano.

¿Nunca es triste la verdad?, me pregunto sin atinar a encontrar razones para una respuesta terminante.
A veces me gusta creer que las gaviotas hemos dado pasos importantes en nuestro plan de vuelo, que todo es cuestión de paciencia y savoir faire, que es parte de una estrategia cuidadosamente planeada quedarse en determinadas áreas de gestión dominadas por el género.
Salud y Educación, diría nuestro propio Gobernador. No digo que no, digo que quizás ya tienen gusto a poco esas tradiciones que, cuando mucho, extienden sus dedos hacia Cultura o Turismo. Prefería las épocas en las que sumábamos Gobierno y Justicia, o en las que se rumoreaba que podíamos aspirar a una ViceGobernadora, aunque los nombres no nos sonaran todo lo musicales que hubiéramos querido para la partitura.

Pero la película es otra y lo será por lo menos hasta el 2015.
Una vez más, los gaviotos desembarcan a lo Día-D y se quedan con todas las playas.
Con las presidenciales, ni hablar, donde conviven con fecha de salida una Cristina K en ejercicio del poder y en resistencia de las presiones, y una Carrió que nunca termina de llegar.
Con las de Fontana 50, seguro, en las que los padrinos provinciales siguen con la vista puesta en los jóvenes con los que pueden tratarse o ningunearse de igual a igual.
Con las del Palacio Azul comodorense, de acá a la China. Con la última con suficiente garra para pelear esa baldosa ya retirada del firmamento político local, al resto sólo le queda el consuelo de la banca de Concejal donde el cupo femenino habilita fácil o la secretaría de área acorde al talento mujeril.

Es un dato de la realidad que las gaviotas militantes están muy cómodas en sus roles de actrices de reparto, tanto en la vereda oficialista como en la opositora. Si hay aspiraciones, no hay viento bajo las alas. Si no las hay, no hay frustraciones manifiestas. En todo caso, si se sufre o negocia o resiste, es en el más inmutable silencio.
Cierto es que la cantidad de piedras en el camino, palos en la rueda, zancadillas y emboscadas a las que se enfrentan las pocas gaviotas con ambición que conozco son más que suficientes para desanimar hasta a un héroe de historieta. Sin embargo, sirven para reafirmar que en tanto no exista una madrina en posición de proteger, avalar y bendecir candidaturas, las gaviotas no irán a ningún lado y seguirán aventosadas al techo de cristal que les toque en suerte.

No obvio ni por un momento indicar que la situación en cuanto al periodismo es la misma.
Los desafío a nombrar a tres gaviotas realmente influyentes en el escenario mediático provincial. No regalo plasmas, pero sí prometo publicar los nombres en este espacio. Me juego a que tampoco las encuentran.

Qué nos pasará como mujeres que no logramos cerrar acuerdos con el manejo del poder.
Somos la viva representación de aquella frase que leí y recordé este fin de semana: “los justicialistas gozan del poder, los radicales lo sufren”. Volcado en nosotras, no sabemos gozarlo sin culpas, ni sufrirlo sin victimizarnos.
Simplemente no es una condición natural, o lo es y está tan arrumbada que le cuesta reconocerse como tal. Más allá de mi siempre presente optimismo, quizás derivado de aquellos cuentos infantiles en los que Blancanieves siempre despierta y Cenicienta siempre vuelve a ser princesa, he de reconocer que nunca fuimos una bandada tan perdida.

Los gaviotos lo saben y se dan el lujo de señalarlo como quien apunta el dedo a una torpeza, mientras siguen con el juego a su favor.
Las gaviotas lo aceptamos como parte de nuestro destino y los dejamos hacer, aburridas de ver el pase de pelota sin que nos toque.
Es una verdad triste y sin remedio, o al menos una que todavía no logra dar con la punta del ovillo para alterar la respuesta.