La Otra Campaña
Llegará un día en que nuestros hijos, llenos de vergüenza, recordarán estos días extraños en los que la honestidad más simple era calificada de coraje.
Yevgeny Yevtushenko
Poeta ruso contemporáneo
Hoy es día de elecciones. De esas que nos tocan cada cuatro años y siempre terminan dividiendo discusiones familiares, cafés de bar, conversaciones al paso. Como los clásicos del fútbol en el antes, pero como los grandes pecados en el después, con una previa a plena voz desafiando al rival y una eterna crítica no asumida en el resumen posterior.
Estamos en veda, sí, lo sé. Pero no de pensamiento ni de acción. Hoy es, según el folklore de la democracia mediática -esa que surge cada dos años- el día en que los ciudadanos ya se han llamado a la reflexión y votan en pos de eso.
Me sorprende, entonces, todavía hoy recibir en mi correo electrónico la otra campaña.
Esa que no habla de las propuestas de uno y otro, que muchos recién han visto en los grandes medios nacionales en esta última semana. Esa que no pone afiches en las calles. Esa que no te deja un panfleto en la puerta. No puedo incluir en la lista a la de los actos, porque ya hemos visto en esta vuelta que -sin considerar las inauguraciones oficiales- el púlpito se ha quedado tan vacío como se han venido vaciando las plazas y las tribunas desde el 83.
Porque, pasando de los eternos chistes que antes eran protagonizados por un riojano, después por un porteño y ahora por un pingüino, hay algo más que se está moviendo en esta cibervida y nos marca ritmos diferentes.
Hace meses comenzaron a llegar mails, pasados de arroba en arroba, con un racconto de las promesas no cumplidas, de las corruptelas escandalosas, de las incoherencias discursivas entre unos y otros.
Más cerca en el tiempo -acá fue por Septiembre- también comenzaron a aparecer los primeros problemas con las autoridades de mesa para las elecciones de cada provincia. Después, alguien tuvo la poco feliz idea de hacer una campaña desde un Ministerio recordando las penas de prisión que cabían a quienes renunciaban a su "deber cívico". El dinero de esa campaña no se utilizó en formar ciudadanos a través de los años, para reconocer esa responsabilidad y ejercerla con precisión y orgullo. No, se eligió a consciencia que ese dinero fuera destinado a amenazarlos.
Hace unos días recibí los videos que la Rock&Pop, la conocida FM de Buenos Aires, armó para las elecciones presidenciales. "Hay gente que dió la vida por este país. Votá con responsabilidad". Y aunque esta fue una campaña política bastante silente en todos los órdenes, mensajes de los sin comillas hubo muchos... y de los con comillas, muchos más. Pero por lejos este es el mejor mensaje que recibí. Breve. Contundente. Constructivo. Y cierto.
Votar con responsabilidad. Sabiendo quiénes son los ciudadanos detrás de esos nombres. Conociendo las propuestas detrás de esos partidos. Respondiendo. Participando.
Siendo lo que un ciudadano es: una persona que decide sobre los destinos de su nación.
Como sea, el saldo de este ruedo 2007 nos deja en un nuevo espacio de construcción.
Tal parece que somos ciudadanos virtuales, en todas las formas de interpretación que nos permite la palabra.
Porque en la realidad más palpable no hacemos demasiado por cambiar nada, pero una vez sentados frente a las pantallas, conectados, con el teclado como arma, pedimos a nuestros legisladores que aprueben leyes, pasamos mails de concientización, nos metemos en los sitios de los candidatos para conocer las propuestas, compartimos notas de opinión de los diarios no tan oficialistas y discutimos en el chat con los amigos cómo vemos las cosas.
Considerando todo esto, no pareciera que sufrimos la apatía que nos achacan los periodistas y opinólogos de turno. Nuestra ciudadanía es activa, pero los canales por donde ese flujo pasa ya son otros.
Tal vez entonces el desafío pase por construir el puente que nos deje en la orilla de la participación real, la que implica que tenemos que dar la cara, poner el cuerpo, meternos en el ruedo, para lograr un cambio permanente.
Y desde ese otro lado, el reino de la política y la función pública, quizás el cambio debiera pasar por mirar con más respeto esta construcción virtual y abrir nuevas vías para apreciarla y compartirla.
La política argentina tiene que ser capaz de lograr ese espacio. De otra manera, ¿qué nos queda sino extinguirnos unos y otros, cada quien parapetado en su orilla, con toda una nación como víctima-testigo?
Si ya el 50% o menos del padrón es el que participa activamente en cada elección, el tiempo de lograr un nuevo espacio o una nueva manera de participación no es otro sino este.
Y es claro que hablo de sólo la parte de la ciudadanía que tiene el privilegio de no estar en la obligación de aceptar un plan social para poder poner comida en la mesa. A ellos no sólo les debemos el puente, les debemos el haber permitido la continuidad de ese abuso durante años.
Yevgeny Yevtushenko
Poeta ruso contemporáneo
Hoy es día de elecciones. De esas que nos tocan cada cuatro años y siempre terminan dividiendo discusiones familiares, cafés de bar, conversaciones al paso. Como los clásicos del fútbol en el antes, pero como los grandes pecados en el después, con una previa a plena voz desafiando al rival y una eterna crítica no asumida en el resumen posterior.
Estamos en veda, sí, lo sé. Pero no de pensamiento ni de acción. Hoy es, según el folklore de la democracia mediática -esa que surge cada dos años- el día en que los ciudadanos ya se han llamado a la reflexión y votan en pos de eso.
Me sorprende, entonces, todavía hoy recibir en mi correo electrónico la otra campaña.
Esa que no habla de las propuestas de uno y otro, que muchos recién han visto en los grandes medios nacionales en esta última semana. Esa que no pone afiches en las calles. Esa que no te deja un panfleto en la puerta. No puedo incluir en la lista a la de los actos, porque ya hemos visto en esta vuelta que -sin considerar las inauguraciones oficiales- el púlpito se ha quedado tan vacío como se han venido vaciando las plazas y las tribunas desde el 83.
Porque, pasando de los eternos chistes que antes eran protagonizados por un riojano, después por un porteño y ahora por un pingüino, hay algo más que se está moviendo en esta cibervida y nos marca ritmos diferentes.
Hace meses comenzaron a llegar mails, pasados de arroba en arroba, con un racconto de las promesas no cumplidas, de las corruptelas escandalosas, de las incoherencias discursivas entre unos y otros.
Más cerca en el tiempo -acá fue por Septiembre- también comenzaron a aparecer los primeros problemas con las autoridades de mesa para las elecciones de cada provincia. Después, alguien tuvo la poco feliz idea de hacer una campaña desde un Ministerio recordando las penas de prisión que cabían a quienes renunciaban a su "deber cívico". El dinero de esa campaña no se utilizó en formar ciudadanos a través de los años, para reconocer esa responsabilidad y ejercerla con precisión y orgullo. No, se eligió a consciencia que ese dinero fuera destinado a amenazarlos.
Hace unos días recibí los videos que la Rock&Pop, la conocida FM de Buenos Aires, armó para las elecciones presidenciales. "Hay gente que dió la vida por este país. Votá con responsabilidad". Y aunque esta fue una campaña política bastante silente en todos los órdenes, mensajes de los sin comillas hubo muchos... y de los con comillas, muchos más. Pero por lejos este es el mejor mensaje que recibí. Breve. Contundente. Constructivo. Y cierto.
Votar con responsabilidad. Sabiendo quiénes son los ciudadanos detrás de esos nombres. Conociendo las propuestas detrás de esos partidos. Respondiendo. Participando.
Siendo lo que un ciudadano es: una persona que decide sobre los destinos de su nación.
Como sea, el saldo de este ruedo 2007 nos deja en un nuevo espacio de construcción.
Tal parece que somos ciudadanos virtuales, en todas las formas de interpretación que nos permite la palabra.
Porque en la realidad más palpable no hacemos demasiado por cambiar nada, pero una vez sentados frente a las pantallas, conectados, con el teclado como arma, pedimos a nuestros legisladores que aprueben leyes, pasamos mails de concientización, nos metemos en los sitios de los candidatos para conocer las propuestas, compartimos notas de opinión de los diarios no tan oficialistas y discutimos en el chat con los amigos cómo vemos las cosas.
Considerando todo esto, no pareciera que sufrimos la apatía que nos achacan los periodistas y opinólogos de turno. Nuestra ciudadanía es activa, pero los canales por donde ese flujo pasa ya son otros.
Tal vez entonces el desafío pase por construir el puente que nos deje en la orilla de la participación real, la que implica que tenemos que dar la cara, poner el cuerpo, meternos en el ruedo, para lograr un cambio permanente.
Y desde ese otro lado, el reino de la política y la función pública, quizás el cambio debiera pasar por mirar con más respeto esta construcción virtual y abrir nuevas vías para apreciarla y compartirla.
La política argentina tiene que ser capaz de lograr ese espacio. De otra manera, ¿qué nos queda sino extinguirnos unos y otros, cada quien parapetado en su orilla, con toda una nación como víctima-testigo?
Si ya el 50% o menos del padrón es el que participa activamente en cada elección, el tiempo de lograr un nuevo espacio o una nueva manera de participación no es otro sino este.
Y es claro que hablo de sólo la parte de la ciudadanía que tiene el privilegio de no estar en la obligación de aceptar un plan social para poder poner comida en la mesa. A ellos no sólo les debemos el puente, les debemos el haber permitido la continuidad de ese abuso durante años.