Paisaje

Desde dentro del capullo virtual les escribo a ustedes, que me leen metidos en los suyos propios y apenas asomando sus narices.
Afuera el ruido sigue con lo suyo: malas ideas, mismos candidatos, fiebres del oro, precios más altos, intentos vanos, pujas personales, revanchismos, guerras anónimas, abusadores con renombre, buenas intenciones que pavimentan el camino al infierno diario.
Y nosotros, en nuestras trincheras, tratando de sobrevivir. A todo y a nada.
Esta vez no hay megacrisis argentina que nos esté arrasando, es sólo que la vida se ha vuelto una minicrisis diaria que hay que ir sorteando como se pueda.

Les propongo asomar los ojos, aunque sea entrecerrados…

Fijemos la vista en ella, que es joven y pelea, pateando la ciudad contra los prejuicios mientras omite en el currículum poner dónde vive porque la sacaría de carrera sin la menor oportunidad. Es valiente. Entra en comercios donde atienden mal a los clientes y peor a los que buscan un trabajo, y pide permiso para ofrecer sus servicios mientras extiende una hoja armada con dedicación. Ella no tuvo alguien que le enseñara cómo buscar un trabajo, cómo armar un currículum, los sí y los no de las entrevistas para alcanzar el éxito. Pero ella persiste.

Detengamos el recorrido en esa familia que recién empieza, que se desdobla cada madrugada cuando él se va lejos y ella se queda en espera, con hijos que se gestan o crecen. Ellos apuestan a una vida mejor, a un sacrificio de hoy para una tranquilidad de mañana. Se extrañan, se pierden momentos, hacen pactos entre sí y con ellos mismos para que esa rutina feroz no les haga mella. Son valientes. Enfrentan un ritmo de vida que lo fagocita todo, sueños y juventud. Pero ellos resisten.

Mirémosla a ella, que tiene un comercio hace más años de los que puedo recordar, en la esquina de uno de los barrios tradicionalmente más tranquilos de la ciudad. Es trabajadora, dedicada. Mírenla cerrando su puerta con llave cada vez que entra y sale un cliente, uno de los que reconoce como seguros. Hace un par de semanas su puerta abierta dejó entrar a dos ladrones. Menores, pero ladrones al fin. Es valiente. Hoy decide volver a creer y libera la llave. De nada sirve escudarse en una falsa precaución que sólo alimenta el miedo. La amenaza se le ríe en la cara, paseando por su vereda. Pero ella confía.

Observémoslo a él, jugando en la inocencia de sus casi cuatro años. Nació con problemas en una ciudad plagada de médicos que dañan y clínicas que descuidan. Su camino fue uno de dolor, de pruebas constantes, de superación, de vuelta a empezar. Es valiente. En su pequeñez, es enorme, conquistando lo que fueran sus debilidades día tras día. Cada vez que corre o patea una pelota, se agiganta. Esos médicos siguen en sus charcos mediocres y fenicios. Pero él avanza.

Deslumbrémonos con ella, princesa de cuentos en reinos cercanos. Creciendo entre el consumismo y el dramatismo de la Argentina bicentenaria. Sensible y alerta, consciente y reactiva. A medio camino entre lo que quisiera ser y lo que la vida le va dictando. Es valiente. Sufre su metamorfosis como una Cenicienta adolescente precoz, haciéndose de los escudos que le permitan defenderse y salir adelante. Pero ella se transforma.

Disfrutemos el paisaje de los seres que nos rodean y nos anclan a lo que creemos correcto, cierto, válido.
Con sus pequeñeces y sus grandezas. Con sus sacrificios y sus logros. Con su forma de pararse ante la vida.
Persistir. Resistir. Confiar. Avanzar. Transformarse.
En este ciclo eterno que nos ha traído hasta este sueño que, al fin y al cabo, es lo que nos anima a seguir adelante.
Quedémonos en el capullo virtual sólo el tiempo necesario para tomar coraje y saltar al ruedo una vez más.
Por nosotros. Pero también por ellos.
Que la valentía diaria de tantos no se pierda en el vano artificio de unos pocos que tienen copada la arena.