Todo lo que sostiene Pereira


Este blog arriesgaba sus primeras letras en junio de 2007. 


Diez años antes, en mis últimos meses de porteñismo elegido, "Sostiene Pereira" me salía al paso. Del libro a la película, mi mirada de esos años fue luego a la eterna pantalla blanca de esos días, sin filtros y sin mesura. 


Recién la misma pantalla me devolvió a ese pasado con una noticia: murió Antonio Tabucchi. En el relato colectivo que los medios argentinos ya reflejan, encuentro esta frase de Pilar del Río: "Hemos perdido un gran escritor, un resistente. La libertad era valor indiscutible y la luchó".


La leo y recuerdo lo escrito, lo busco, lo encuentro y decido publicarlo. 
No porque sea un digno homenaje a su pluma. 
Sí quizás porque siempre creo que esas voces únicas que nos llevan a incorporar otros idiomas y otros diálogos, que nos elevan en debates internos y nos desafían a pensar, no debieran acallarse sin al menos un pequeño eco con humilde sabor a "gracias".


Esquivo la tentación de editar, cambiar palabras y maquillar formas... y va como salió entonces, imperfecta pero desde el alma.


Domingo 25 de Mayo de 1997 - Buenos Aires, Argentina 

Sostiene Pereira que todos fuimos alguna vez Pereira. Y que algunos todavía lo somos y, aunque no lo sepamos realmente, él se sostiene ahí en el fondo.
Sostiene Pereira.
Se sostiene a sí mismo entre dos bandos, en los que nadie habla de él o lo recuerda. Pereira es sólo uno más. ¿ Qué decir  de quien sólo es “uno más” ? Pereira es uno que está entre los que fueron y los que nunca serán Pereira: es la víctima no especialmente elegida, el triste cordero del azar. Pereira se ha parado entre aquí y allá, siendo parte de ninguno. Un aquí intolerante, que cree que hasta a la democracia hay que cuidarla a garrotazos, y un allá quizás igualmente intolerante que cree que la democracia es el derecho a la igualdad, olvidando que el derecho a la diferencia es lo que crea la verdadera libertad.
Aquí y allá no aceptan a un Pereira.
A un Pereira de inicio de película: cálido, honrado, decente, feliz con su trabajo, cómodo entre sus ambiciones humildes, sus pasiones controladas, su amor por la literatura francesa, su suplemento cultural de diario independiente,  sus rutinas, sus mañanas, su mesa de bar, su mozo Manuel que lo mantiene al tanto de las últimas noticias, su limonada “mitad azúcar y mitad limón”, su manera de ser y su vivir a su manera.
Un Pereira de inicio de película, que no lo ha visto todo, no por ceguera elegida sino porque no le ha tocado mirar.
Un Pereira de sombrero y bastón, de espalda encorvada de tanto escribir y andar, de años bien vividos, de amor bien llevado y  ausencia dolorosamente recordada, de un solo amor a quien le habla y le cuenta sus penas, cómo siguió yendo el mundo después de que se fuera.
Ese Pereira. Ese Pereira que sostiene. Sin que nadie se entere, sin estridencias, pero sostiene.
Un Pereira que, sin ser santo, encierra todo lo bueno, lo esencialmente bueno, todo lo decente, todo lo digno.
Ese Pereira. Un Pereira que se defiende de las ironías del mundo con ingenuidad, con inocencia,  casi sin querer, absteniéndose de montarle un juicio a la verdad.

Y después, otro Pereira. El del final de película. El que fue. El que, aún sosteniendo algo, lo convierte en útil para la causa presente. En su momento, un tomar partido para la próxima batalla, con el golpeteo de la guerra civil cada vez más cercana del otro lado de la frontera y las trincheras del otro lado de la puerta del dormitorio.
Un Pereira que es como todos, como todos los que creemos en algo y sólo por ello lo defendemos hasta el final.
Un Pereira ya no inocente, el último.
Un Pereira que ha perdido una parte de sí con dolor, con nostalgia contenida, con renunciamiento para con su primera calma. Una calma que no significaba para nada estar en el otro bando, en el de los oscuros, en el bando de los que no hay que mirar a los ojos por temor a la represalia, en el bando de los que nunca serán Pereira y quizás nunca lo hayan sido, de los que han elegido olvidar.

El Pereira que sostiene estaba en el medio del camino, entre aquí y allá. Y estar en ese medio no le fue permitido. Y vuelve a surgir siempre la misma pregunta: ¿ Por qué es tan necesario optar ? ¿ Acaso los Pereira que sostienen no tienen derecho a, sólo por ello, elegir su lugar ? ¿ Acaso esos Pereira viven y mueren por una causa menos noble, por la cual no es necesario bogar, que carece de luchas, una causa que no merece una primera plana ? Simplemente viven sus vidas. ¿ Qué más hay que hacer con la vida más que vivirla ? ¿ Por qué no soportamos esa neutralidad no elegida, esa neutralidad espontánea ? ¿ Por qué es tan irritante y sospechosa para un lado y para el otro ? ¿ Por qué siempre la reivindicación tiene que ser el encontrar un lado combativo a nuestra existencia ? ¿ Por qué la causa por la que seguir vivo y luchar, por qué el ideal no puede ser publicar en un suplemento de cultura traducciones de literatura francesa ? ¿ Por qué vivir dando respuestas a todo es más válido que vivir sin tener cuestionamientos para plantear o respuestas para ofrecer ?

El Pereira del inicio sabía por qué vivía, aunque no se diera cuenta.
El Pereira del final sabía por qué iba a morir, y eso me parece que ya es suficientemente malo.

Alguna vez alguien dijo que el mal crece donde los buenos no hacen nada. Creo, más bien, que el mal crece donde los buenos han dejado de hacer lo que debían y los malos han aprovechado esa oportunidad. ¿ Por qué los buenos tienen que tornarse, aunque sea un poco malos, para recobrar ese sitio que se han dejado ganar ?

Sostiene Pereira su derecho a ser diferente.
Sostiene su derecho a ocuparse de sus cosas.
Sostiene su derecho a no tener que dar respuestas.
Sostiene su derecho a enterarse de lo que pasa y a decidir por su cuenta cómo actuar.
Sostiene su derecho a ser responsable de sus acciones.
Sostiene su derecho a trabajar en paz.
Sostiene su derecho a vivir simplemente.
Sostiene su derecho a ser amigo de sus amigos.
Sostiene su derecho a ser libre para pensar.

Pereira sostiene lo que los demás hemos dejado de intentar.
Sostiene día a día, con su rutina, con su simpleza, con sus rituales.
Y sostiene que es un atropello y una vergüenza que no lo dejen sostener en paz.

Quizás sostener a este Pereira que sostiene sea la única lucha válida contra todo mal.