Los idus esquivos


La primera vez que escribí sobre él se miraba en un espejo y era otro hombre común. Un amigo me lo recuerda desde que empecé a pensar esta columna.

Cuatro años y uno más desde entonces...
Hoy sigue siendo aquel hombre y busca otros reflejos. Como no podía ser de otra manera para el enigma político que todavía representa, los que encuentra le son casi siempre incompletos y extraños.

Sería simplista reducirlo a las categorías entre lapidarias y encantadoras que ofrecen en privado quienes comparten el ruedo con él. Y en política, como en muchas otras áreas, nada es tan simple ni tan lineal.

Intento escapar a la descripción de la imagen en sí, que es en esencia la misma de por aquel entonces, aunque los escenarios sean otros y los tableros hayan incorporado nuevos peones.
Los conflictos internos y públicos siguen siendo guerras de intereses. Los futuros numerados continúan el sueño de las ambiciones más que de las realidades posibles. Los popes partidarios siguen siendo popes y los militantes, aunque ahora mucho más visibles, aún no logran hacer pie tras las puertas cerradas de los concilios.


De su nombre siempre se recordará, primero y ante todos sus posibles logros, su traición.
A sí mismo, a sus pares, a su mentor, a su promesa, a su militancia, a quién sabe qué más y en qué extensión. Este es un espejo que cada tanto muestra fantasmas que juran venganzas, auguran destrucciones y el corte de la soga que sostiene vaya uno a saber qué contrapesos.
Un año después, no lo ha amparado la lógica que señala que nadie con un esquema político integral tan complejo podría haber elegido otro destino que no fuera el acercamiento. La realidad indica que las resistencias eran patrimonio de los que ya estaban pisando la arena con su propia danza, no para los recién llegados.

Quizás en el segundo círculo de memoria quede su procedencia.
Lo que parecía un regreso con gloria se ha tornado preocupante para una ciudad que quiso estar en el centro de un poder que no supo cortejar ni absorber en sus modos, como tampoco formar a su dirigencia para ser la protagonista de su tiempo.

Largo es el desprecio sobre su figura como corta la memoria sobre los hechos.
Nada se dirá de los propios -y más leales- que fueron sacrificados para que el elegido hiciera pie en ese podio. Poco se señalará sobre las presencias que marcan con nombre de antecesores los cuartos, terceros, y hasta cercanos segundos anillos del poder provincial. Nadie quiere recordar que él era la foto del poster de la renovación y el regreso que mucho se esperaba.
Él es parte de los dirigentes que debían superar a los anquilosados. Aquellos que estudiaron para aprender a ser y hacer mejor. Los licenciados, los doctores, los 100% no pelotudos. Desde lo generacional, “uno de los nuestros”.

Hoy, entre las expectativas y las decepciones, el perfil político dirigencial de una ciudad pierde su prestigio ante cada tropezón que sí es caída y cada puerta marcada a la que no atinan con la llave.
Al mismo tiempo, es una provincia entera la que retrocede bajo la sombra de esta ciudad enojada consigo misma, pero a su vez no le perdona la torpeza de llegar sin saber cómo ni con quiénes, enfrentándose a un todo que no comprende ni controla.
Increíble es escuchar como voceros de esa avanzada a personajes improvisados, sin más soporte que un “-ismo” reciente y marketineado. Igual de inverosímil es verlos desgranar lo peor de su ideología política, embanderarla en un proyecto al que han sido por práctica ajenos, y enrollar sus paracaídas con la sonrisa del que se sabe poseedor de una parte de la quinta-botín y un salvoconducto en el momento indicado.
Como antes, como siempre, el karma de malelegir voceros se sostiene y arrastra como un pecado original nunca renunciado. Tras él, las voces nuevas y con propuestas más válidas languidecen y se desdibujan, y con ellas la esperanza de que el cambio impere por sobre el status quo sureño.
Así la ciudad pierde a sus mejores, que van cayendo del tablero empujados por codazos de los círculos más internos y enquistados o se salen por elección propia y de puro fastidio.
Así se asiste sin remedio al regreso del mohoso discurso regionalista que, lejos de ser reparatorio, nos hunde aún más en un resentimiento agitado sin sentido y denso de superar.


En el tercer pliegue del recuerdo quizás quede entonces el eterno “quiso y no supo”.
Me niego ahora -como desde hace años- a asignarle a la estupidez o la incompetencia llana este escalón. Por lo tanto, esta es la parte donde los amigos me llaman y me dicen que sigo equivocada, que defiendo lo indefendible, y la ola de los “porque fijate…” invariablemente me usa de costa.
No me importa: creo firmemente que los visionarios también cometen el error de no saber elegir a los ejecutores, a su círculo de asesores, a sus detractores a escuchar, a las batallas que ganarán y a las que les servirá perder. Y es con y por ese error, con ese desacierto reiterado y sostenido como falsa virtud, que sus visiones desaparecen.

Mientras tanto no todo yerro es tal ni toda acción carece de ánimo constructivo, es solo que siempre hay alguien dispuesto a tomar lo peor e imponerlo, y otro lo suficientemente callado para enredar los hilos por detrás y a su favor.
Los que no respetaron nunca en profundidad el espejo de pluralidad que pule para sí cada democracia son los mismos que muchas veces tergiversan las intenciones, tuercen las palabras y hacen de cada acción un mojón para el olvido.

Eso habla de todos como sociedad, no exclusivamente de él.
Pero vivimos en estos extraños tiempos en los que los representantes concentran y expían las culpas de los representados, que quedan así ligeros de civismo y ausentes de compromiso para con las acciones reparadoras.
Es claro que no ayudan los enfrentamientos a destiempo, la terquedad en agitar sábanas como fantasmas y fantasmas como realidades, los rencores absurdos, los blindajes incorrectos.


De seguro existirán más memorias.
Las chicanas fáciles, los dichos fugaces, las actitudes desfasadas, los traspiés tontos y persistentes. Memorias de autorías más ajenas que propias, tal vez.
También deambularán por allí los posicionamientos ganados, los amparos y acuerdos, las que salieron y pocos vieron, las que se salvaron sobre la línea y no se entendió.
En la ecuación, él seguirá siendo un factor incierto y el resultado aquellos días de buenos augurios que no terminan de llegar.

De la frialdad de los números de lecturas caprichosas se desprende una cierta desilusión que lo envuelve. Siempre ha sido así con las expectativas que se sostienen hacia lo que no se comprende del todo. 

Nunca pude ponerle una etiqueta que lo describiera con exactitud.
Nunca logré definirlo en una frase, ni siquiera cuando hoy me apuran en las sobremesas políticas y encuentros casuales con la pregunta “¿y qué tal anda el nuevo?”
Las charlas se hacen largas, el abanico se despliega y el paneo de respuesta nunca cierra.

Unos días más y ya serán 365.
Todavía hoy ese hombre se mira en su espejo. Del otro lado, todos lo miramos a él… acaso coincidiendo en la espera de esos idus esquivos.