Chubut y los otros
“La Patria es el otro” es una de las frases que más me ha
gustado escuchar en los últimos tiempos.
Contiene
mucho, dice lo que quiere decir, y en lo personal me identifica. La siento cercana:
mi patria son los otros y mi compromiso los tiene presentes.
En la
Argentina que construimos, muchas veces avanzamos en la vía diaria escuchando y
viendo sinnúmero de mensajes que hablan de la patria de los otros, una equivocada y distorsionada según convenga, una
que pocas veces es la propia.
Es el
eterno “versus”, es la lectura sobre
la “persona supuestamente inteligente”
que no está donde el analista de turno la esperaba, es la tribunalización de cualquier
cosa con bardeo all-in, es el anónimo
opinador y el llevador de agua para molinos, es el estigma de castas del ser o no ser del que muchos se han hecho
cultores y devotos, es el comunicador mercenario de su oficio…
Pasan los
años y como Patria es rara todavía la ocasión en la que nos abocamos a
construir en conjunto.
No en
conjunto de un sector -lo que sería infinitamente más fácil aunque todavía
prueba ser un desafío- sino en conjunto como sociedad, como pueblo, como una
coincidencia en los principales destinos del mapa.
Siempre hay
un “pero” del que cualquier referente,
dirigente, o agitador se vale para agigantar brechas. Desde el argumento fácil,
el blanco o negro simplón, hasta el insulto físico o la tergiversación ad hoc. Todo es válido y tal vez lo más
preocupante sea que todo es igual de
válido.
En un
ejercicio que me autoimpongo desde hace años, escucho a todas las voces esté o
no de acuerdo. Tal vez los años de periodismo hacen de eso algo inevitable, tal
vez no.
Lo cierto
es que, superadas las ganas de escuchar solo lo amable al oído, es la única
forma en que el tablero completa todos los cuadros para poder ver realmente las
jugadas. Así, conocidos dirigentes quedan tocados o hacen agua, posturas que
parecen acorazados son solo pequeños barquitos entrampados en una coordenada, y
algunas batallas navales por el poder político se quedan en lo que son: un
simple reacomodamiento de ocasión o una trampa.
Siempre en
esos tableros hay pequeños quienes
que avanzan como pueden, con sus acciones a cuesta y sus creencias como
banderas. Los barquitos de papel del Nano Serrat, bastante prescindentes de
todos los hilos invisibles que invariablemente los atraviesan. Así de nimios
también para movilizar agujas de cambios.
En ese
tablero también está nuestro Chubut como parte de esa Nación tironeada: salpicado
por una cierta dosis de tensión reactiva que lo satura todo, desde las
declaraciones públicas hasta los ánimos ciudadanos, desde la memoria
archivística manipulada hasta el dato arrojado sin contexto.
No
terminamos de entender en nuestra provincia como funciona el otro de la Patria.
Casi no le
hablamos desde las gestiones gubernamentales, apenas si lo reflejamos desde los
medios de comunicación cada día más cartelizados, y rara vez lo consideramos en
nuestra vereda a menos que esté envuelto en una bandera que consideremos
propia.
De nada sirve
en estos contextos el bocarriver
regionalista que ha sido un decadente habitué de los discursos políticos del
año que pasó.
Nunca demostró
su utilidad y no será ahora que, en un mundo que prospera con soluciones
colaborativas, descubramos que la pólvora del progreso es ir por la de uno.
Existe una alarmante,
amplia y hasta respaldada percepción sobre la denuncia de las injusticias: si
las gritamos bien alto y con aire de bravuconada, dejan de serlo. La realidad,
que es de amilanarse menos ante los gritos, demuestra que las asimetrías se
superan solo con trabajo y compromiso, y que la reparación –histórica o
contemporánea-, el reconocimiento justo y la superación de condicionantes nunca
son posibles en soledad.
Debe
existir el otro como construcción colectiva
y parte activa de las transformaciones.
No existen
gestiones exitosas posibles si no se piensan desde el otro.
No hay un solo
gobierno que pueda representar a un pueblo sin ese otro activo.
No hay
futuro para nosotros sin pensarlo junto al otro,
arte y parte todo el tiempo.
Sin el otro a bordo, como apoyo o disidencia,
no somos “así” ni chubutenses ni nada.
Cada
oportunidad perdida, cada gobierno municipal mal gestionado, cada decisión
política sin ton ni son, cada sordera elegida, cada imprevisión o fallo
apresurado son profecías autocumplidas del fracaso. Cada una de las decisiones
omitidas, los avances contados de a fragmentos y con frases hechas, y los
pecados abrazados como santidades constituyen muescas que marcan el ascenso a
la vez que anticipan las caídas.
Año tras
año, gran parte de la dirigencia político-institucional y el poder económico de
la provincia han sabido ser langostas de los otros. Ahora la indignación es un
ejercicio simple, el rencor es fácil y la frustración de haber elevado a tal o
cual a un sillón con poder deslucido no tiene fondo. Pero en el mientras tanto,
todo tuvo sentido, connivencia y consenso.
Poco nos
une, mucho nos enfrenta.
El otro
Otro que vuelve por más. Aquel Otro eternamente contra todo y todos. El Otro
del Valle contra el Otro de Comodoro. Los Otros recién llegados frente a los
Otros dueños de la mesita de luz desde donde prenden y apagan todo. El Otro
culpable, el Otro no bueno, el Otro eterna víctima…
“¿Quién fue tu señorita en el jardín de
infantes? ¿Drácula?”,
solía preguntarse una amiga cuando el nivel de no adaptación social de algunos
supuestos adultos superaba toda su paciencia docente.
A veces,
cuando escucho a ciertos políticos y dirigentes sindicales chubutenses y los
veo accionar con avaricia de preescolares, me la formulo sin encontrar
respuesta.
Con esa
mezquindad del poder viene la apatía ciudadana, con la decadencia urbana de
nuestras ciudades la frustración de quienes las habitan, con la intolerancia
vociferada por los representantes llega la impotencia de los representados. Entre
el desprecio a las voces que reclaman algo mejor y el rebencazo electoral del
enojo hay un paso.
No hay
construcción posible cuando la mentada vox
populi se usa como excusa de inacción o pase libre a la berretada.
En Chubut
ya avanzamos hacia un 2015 de transmutación política revolviendo el caldero de
los miedos, las antinomias y el rencor rancio, con diálogos sectoriales basados
en el apriete legitimado con el barniz de la dignidad y neocandidatos sponsoreados.
Vamos hacia
los mismos errores, sin importar sellos partidarios ni ideologías, y nos
seguiremos preguntando quién piensa en el Otro o reclamándole a los gobiernos
las enterezas cívico-morales que no tenemos como sociedad.
Es preciso
comprometernos como Otro y con los Otros.
Tomar como
deber común la generación de espacios donde se supere la autocomplacencia de la
negación y dejemos de ver las revoluciones en blancos y negros, amigos y
enemigos, en el “anti” constante y sin tregua.
Transitamos
décadas de democracia sin ejercer los diálogos hasta el hartazgo, sin condenar
la violencia verbal como violencia y punto, sin entender que la construcción es
conjunta o no es, sin reconocer que la institucionalidad es una tarea ciudadana
y todos somos responsables.
Treinta
años después, desde mi ciudad gris y derruida, pienso que no hemos entendido
nada mientras repetíamos una fórmula vacía y hemos hecho todavía menos.
Que los
esfuerzos enunciados sólo han quedado en eso, que las realidades descriptas
poco han cambiado, que somos pocos los que construimos y demasiados los
corrosivos crónicos.
Treinta
años después, creo que aún no comprendimos que las Patrias son el otro, pero
también son de todos… o no son nada.