Mascota

Si las ganas son esa mascota que nunca nos hace caso y vive en sus tiempos sin culpa, así están las mías.

Varias veces llegué a esta pantalla en blanco en los últimos 12 meses.
Le tiré un montón de letras, más producto de catarsis arrebatadas que de puros deseos de compartir una historia. La guardé como un documento con un título que fue mutando desde “columnas” hasta “ideas” o un hastiado “que digan lo que quieran”. La borré hasta dejarla prolija de nuevo.
Hace un mes decidí eliminar todos esos fragmentos de nada y dejar que otras pantallas emergieran de su ruido blanco. Ahora intento recordar algunas de esas líneas y pocas apenas asoman a la memoria. No estaban ahí, entonces. No realmente.

Durante todo este tiempo de fluir caprichoso, me encontré a mí misma dibujando y arriesgando nuevos proyectos, aprendiendo nuevas artes y formas, compartiendo círculos de emprendedoras y líderes comunitarias, creando desde menos cero, y hasta volviendo a manar radio… pero desde otro lugar.
Hacía mucho tiempo que mi rueda no giraba con tanta riqueza y ante tantos rumbos potenciales. Hacía mucho más que no sentía a todo como posible al alcance de una vuelta, o dos, o realmente sin importar cuántas en tanto siguiera girando. Infinitamente más que no me interesaba en lo absoluto lo por venir o las cejas que pudieran elevarse ante las decisiones.

Tal vez eso sea realmente la esperanza. Ese blend del deseo, la expectación y la seguridad confiada.
Nunca escuché como en estos tiempos tantas historias que la invocaran así, como la pienso.
Relatos que no se detienen en los debiera, en lo ominoso ni lo impuesto. Palabras que no buscan convencer ni cartelizar, sino encontrarse en una construcción compartida e inspirar. Energía que se nutre y une a otras para concretar cambios, ideas y empresas.

Las sociedades avanzamos en tiempos y sentires que muchas veces no son los que cristalizan en sus discursos públicos nuestros representantes políticos e institucionales.
Sentada en la ribera y escuchando caminantes, creo que este es uno de esos preciosos y raros tiempos en los que el río suena… y con ellos el llamado a desperezar nuestra mascota durmiente.

Quizás ella mire el cauce y sienta que nunca tuvo un poder tan real en sus manos: el de hacer que el río cante su canción.