Pecados de juventud
Ya no hay escapatoria a la más patente de las realidades políticas de los últimos años en lo que a nuestra ciudad y nuestra provincia se refiere: la nueva generación llegó al poder.
Aún más: al menos desde la brecha de quién les escribe, somos congéneres de los nuevos reyes de las olas político-institucionales.
Esa es una de las cabezas de esta hidra que en algún momento creímos justa y sabia. La portadora del cambio, las nuevas prácticas institucionales y la conjunción de conocimiento e imaginación puestas al servicio de un sistema en crisis.
Mas como suele suceder en la mayoría de las revoluciones, el devenir cotidiano nos demuestra que compramos el espejismo de un cambio que no se manifiesta con la espectacularidad que siempre esperamos.
Jóvenes universitarios, sí, pero con un ancla demasiado leve en la experiencia ligada a las realidades más crudas y hasta se diría al sentido común más simple.
Nueva dirigencia política, sí, pero con las viejas prácticas ya hechas carne por la tutela o el vínculo filial directo, el condicionamiento del favor debido más que nunca presente.
Revolucionarios, sí, pero atropellados. Queriendo a fuerza de tirones hacer todo junto o boyando según los caprichos de una marea que no controlan, con el mapa de ruta siendo fijado en mesas en las que sólo se sientan de invitados.
Al fin y al cabo, el cambio llegó. Sí. Pero controlado por quienes sabían que era necesario renovar caras para poder subsistir aferrados al poder real.
En el cada día menos claro futuro de la aldea que me toca describir, las ansias de la juventud no cesan de darse de frente con la realidad.
¿En qué brete exhibiremos las declaraciones del capitoste petrolero Mario Mansilla, signando al eterno Ministro Coordinador dasnevista Norberto Yahuar como el próximo Fontana boy? Nada peor que una bendición con condena incluida, cuando eliminó de un verbalazo el horizonte político comodorense al signar que no existe una dirigencia que esté a la altura de tamaña empresa.
No hiere las esperanzas porque no sea cierto, sino precisamente porque lo es y no hay nada que lo contradiga.
Desde el otro rincón, no se hizo esperar la condena de la otra gran voz de la interna local, el renombrado José González, para que cayera el mazo sin piedad.
Ni Guinle, se dijeron muchos azorados. Pues tal parece que la figura del otrora candidato permanente ha quedado relegada –o bien apoltronada- en los sillones del Senado.
No alcanza el pataleo de algún dirigente histórico del justicialismo local insistiendo con un membrete 2011 que ya empieza a tener otro nombre más valletano. O para el caso, costero, pero de allá.
Ni de la soberbia del inicio, que hizo su entrada con una vergonzosa e innecesaria humillación de quien ostentaba el mando de la gestión saliente, ha sabido hacer buen uso esta actual administración municipal.
No supo transformarla en la arrongancia juvenil que se toma el futuro como propio derecho y se quedó enredada en formulismos y eslogans de marketineo.
En pos de aportar “la de arena” habré de reconocer que algunos intentos quieren diferenciarse, pero cuando parece que rumbean hacia un horizonte medianamente claro, los ciega el exceso de ostentación de gestión y el proyecto faraónico.
Si ayer un Simoncini -hoy más perdonado que vapuleado- hablaba de sus “pirámides” de gestión, la actual administración considerada peor que aquella por su acción desorientada o llana inacción, arroja al ruedo de una ciudad con alto porcentaje de marginalidad el delirio de un Puerto Madero Marca CR.
Por su lado, ni el partido como órgano de apoyo ni los capitostes como referentes y “bendecidores” han aportado recurso humano, asesoramiento o meras charlas de orientación en urgentes mesas de café.
“Los que dejan al rey errar a sabiendas, merecen pena como traidores”.
Que les vaya sonando en el oído como aquella que todavía rezuma en los de muchos y que pronunciara el también condenado Raúl Pierángeli: “los que me sucedan, me harán grande”. Se ha cumplido y regresa cada cuatro años como el eco de una maldición.
Perdido el sueño del cambio, los de treintaytantos ya no creemos en los cuentos de hadas.
Que pase el que sigue. Da igual.