El séptimo sentido

"Tiempos de rara felicidad aquellos en los cuales se puede pensar lo que se quiere y decir lo que se siente”
Tácito

La frase se reza como letanía resignada y póstuma, para afirmarse a pruebas vista: el sentido común es el menos común de los sentidos.

Algunos me podrán discutir que los sentidos son cinco y no seis.
Quizás sea así, aunque yo creo mucho en el sexto sentido.
Ese que me dice que quizás no sea el momento para hacer algunas cosas y me empuje a decidirme por otras. Ese que me preserva de muchos garrotazos y me canturrea “te lo dije” cada vez que, por hacerle caso omiso, me ligo uno.

El cuarto poder se basa en el séptimo sentido, el común. Es su columna vertebral, su brújula y al mismo tiempo su norte.
Ejercer ese poder con carencia es remontar una cometa errática que no termina de encontrar el filo del viento. Un destino similar al de los otros tres poderes cuando incurren en la misma ceguera. Cierto es que la distinción no siempre es clara y el sistema de alarmas suele quedar anulado por las urgencias cotidianas que favorecen la supresión sensorial.

Estas son épocas en las que muchos hombres y mujeres, en apariencia lúcidos, pendulan entre extremos que azoran.
Los observo tomar las decisiones más bizarras, caminar seguros hacia pasarelas que no existen, perderse en conceptualizaciones que desmerecen su inteligencia y la de los otros, adolecer de ese sentido común -como si de niños se tratara-, reactivos antes que pensantes.
Por otra banda, si vuelvo la vista, los miro elevarse sobre el promedio, apuntar con certeza, verbalizar con pasión y dar saltos cualitativos con el aplomo de viejos generales o sabias pitonisas.
Cual si fuera un espejo de los tiempos, en este tren de sentidos que nos bombardean con la fuerza que muchos otros filtran, los periodistas siempre encontramos una voz que nos cuenta la anormalidad, la rareza, la sinrazón, y a la par otra que nos canta las grandezas, las concreciones, los cambios. Y en medio de ese coro tratamos de centrarnos en un lugar que no nos prive de lo uno ni nos haga cínicos ante lo otro.
Rara armonía la que buscamos. Evasiva e inasible, también.

Luego de un año de tránsito, hoy es el día en el que nos congratulamos y nos aplauden haciendo votos por la búsqueda de puntos de equilibrio, el compromiso por la verdad, recordándonos la responsabilidad social del ejercicio periodístico. Se fija el horizonte en el sostenimiento de valores: respeto, ética, compromiso, honestidad, sensibilidad, verdad. Se eleva el listón hasta lo imposible. En un cuadro ideal e inmaculado, es el ejercicio de esta profesión el que resiste el autoritarismo y sostiene la democracia. ¿Acaso no será demasiado?

La tarea deseada es tan épica que me pregunto si en verdad seremos, los periodistas, los únicos en ese viaje. O si tal vez en ese tren habrá muchos más pasajeros sólo tratando de llegar a algún lado y nos han deslindado en suerte a los periodistas la dudosa prerrogativa de escribir la crónica con un lápiz siempre afilado y de trazo justo. Y es que ante esa hoja en blanco, la verdad no pareciera ser una sino muchas.

No todo lo que se oye realmente se escucha, ni lo que se dice se pronuncia.
No todo lo que tocamos se convierte en oro, ni la letra se hace legible sobre blanco.
No todo el éxito sabe a mieles. No todo lo malo se huele en el aire.
No toda la realidad es visible y concreta. No todas las sensaciones son señales.
Siempre, para distinguir ese no todo, necesitamos sentido común.

Que seamos fieles a ese séptimo sentido, es lo único que puedo desearme y desear en este día. En este siglo ya no hay más heroicas que las acciones pequeñas y cotidianas.
Que siempre esté en nuestra mano crear esos tiempos de rara felicidad, con la voz clara y la letra justa no para glorificarnos sino para, al menos, merecerlos.