Caída libre

Hace tanto que no escribo… ¿será que no queda mucho por decir sin reincidir?
Esta noche de esta semana de este mes de este año con vibra bizarra e inconsecuente decido que vuelvo a intentarlo y ver qué sale.

Pies descalzos, primera medida.
Cigarrillo viajando entre los labios y los dedos, cuando piensan antes de escribir. Ya sé, no debiera, pero hay días en los que al menos uno se hace necesario para exhumar ruido blanco.
Música en la compu, sahumerio encendido, ritual completo… y esa voz, la de la memoria larga y cansina, me recuerda una frase que vi escrita en una cartulina, en la plazoleta del Obelisco, hace tantos años que me pierdo al sumar.

Estaba soñando con un mundo mejor
y me caí de la cama.


Pasé días y días frente al mismo puesto improvisado, con sus cartelones y unos libros chiquitos desparramados en una mesa. Y una de esas tantas noches, al final de esas vacaciones de verano, usé mis ahorros de infancia para comprarme un libro.
Se llamaba “Autorizado a vivir”, de Eduardo Mazo.
Recién lo rebusqué en el caos de mi biblioteca y tal vez lo encontré sólo porque quería que lo encontrara.
Primer revés para esta columna: la frase recordada no figura.
Sí aparecen muchas otras, marcadas en otros años y comentadas al margen. Una dice…

Ha muerto un niño de hambre.
Todo lo demás no existe.


La leo y pienso en la visión 360 que tenemos hoy quienes vivimos en este rincón patagónico, despertando del sueño de un mundo mejor con un súbito porrazo contra el piso.
Un paneo que se puebla de ese todo lo demás que no existe, de líneas rojas que se entrelazan en trampas mortales, que nos van dejando con menos opciones y más desenlaces inminentes que salidas planificadas.

La pobreza se ha hablado mucho en los últimos días, a la par de la violencia y la inseguridad casi.
Pero detrás del espejo, donde Alicia ya no sabe si alguna vez volverá a casa, las realidades nos abofetean en la cara sin que sepamos qué hacer con ellas.

Un nene de cuatro años toma leche en su jardín de infantes y no la tolera porque nunca la probó antes en su vida.
Una madre soltera tiene dos trabajos y changas de fin de semana, y apenas puede explicarles a sus hijos por qué la plata no alcanza.
Un policía saca de lo que gana para pagarse botines, abrigo, chaleco y balas, mientras el pibe de 14 que arrestó ayer lo bardea hasta hacerlo bajar del colectivo que lo lleva a la seccional.
Un maestro decide que el que no estudia no aprueba, y recibe la presión de la directora, la agresión del padre y la tajeadura de las llantas del auto.
Un laburante pone las dos mejillas y la nuca al azote de delincuentes con libre tránsito.
Un periodista es escupido por hacer su trabajo, y los ilustres callan y consienten.
Un político es insultado por disentir, y los ciudadanos ensordecemos en democracia.

Ser honesto no es garantía de nada. Todo lo demás no existe.
Los hogares ya no son santuarios. Todo lo demás no existe.
Los valores ya no forman vidas. Todo lo demás no existe.

Y hay niños que mueren de hambre, sí… y también niños que viven con hambre, golpeados, descuidados, violados, ignorados, explotados, marginados, excluidos.
Hay niños que viven sin saber cómo soñar con algo mejor.
Todo lo demás no existe.

Del otro lado de este mundo de los que ponen el hombro, la garra, el esfuerzo, la esperanza, y reciben cada día menos y cada vez más prorrateado, existe el falso reflejo que devuelve moralinas cambiadas. El reflejo de todo lo demás que no existe.

Releo columnas viejas de posicionamientos de poder, de internas, de ambiciones, de esta política contemporánea que vamos malcriando entre todos…
Y no puedo evitar preguntarme si acaso ese mundo todavía existe o si, mientras lo contaba como un sueño de otros, me caí de la cama y lo único que queda es esta realidad dura y sin chances, que nos deja acurrucados a ras del suelo sin animarnos a despertar.