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Caída libre

Hace tanto que no escribo… ¿será que no queda mucho por decir sin reincidir? Esta noche de esta semana de este mes de este año con vibra bizarra e inconsecuente decido que vuelvo a intentarlo y ver qué sale. Pies descalzos, primera medida. Cigarrillo viajando entre los labios y los dedos, cuando piensan antes de escribir. Ya sé, no debiera, pero hay días en los que al menos uno se hace necesario para exhumar ruido blanco. Música en la compu, sahumerio encendido, ritual completo… y esa voz, la de la memoria larga y cansina, me recuerda una frase que vi escrita en una cartulina, en la plazoleta del Obelisco, hace tantos años que me pierdo al sumar. Estaba soñando con un mundo mejor y me caí de la cama. Pasé días y días frente al mismo puesto improvisado, con sus cartelones y unos libros chiquitos desparramados en una mesa. Y una de esas tantas noches, al final de esas vacaciones de verano, usé mis ahorros de infancia para comprarme un libro. Se llamaba “Autorizado a vivir”, de Eduardo Ma...

Príncipes perdidos

Que el poder obsesiona es un hecho comprobado por los siglos. Que corrompe invariablemente, es una leyenda que mantiene a los nobles al margen. Que seduce, es un mito menemista. Pero, ya sea como fin o como medio, el poder en manos de un príncipe perdido termina convirtiéndose en una condena. Los hemos visto desgranando estrategias en mesas de café o en oficinas céntricas. Siempre a buen resguardo del ojo indiscreto que ve y cuenta cuando la movida es importante; no tan guardados cuando la intención es que trascienda. Los llaman por su primer nombre, como a Mirtha o a Susana, o en su defecto por aquel apodo de los primeros tiempos más cercanos al barro y al barrio. No son jóvenes ni viejos, son eternos. Con un aura vampiresca, a medio camino entre la pasividad y una calculada indiferencia. No aceptan, condescienden. No avalan, bendicen. No disienten, condenan. Cuando la mano obliga, juegan la carta del buen perdedor mientras calculan al milímetro la puñalada certera. Filtran el mundo a...

Elefantes y tortugas

Un hombre pasea por un camino y de repente ve una tortuga en la cima de un poste. Le pregunta al primero que se le cruza: ¿qué hace esa tortuga arriba del poste? El otro le contesta: no sabemos qué hace ahí arriba, pero en dos cosas hemos logrado ponernos de acuerdo –que alguien la puso ahí y que no podemos hacer nada más que ayudarla a bajar. Este texto, palabras más o menos, llegó a mi correo electrónico apenas unas semanas después de la asunción de las nuevas autoridades electas en todo el país. Para nuestro pequeño enano fascista argentino, ya era necesario –casi urgente- bajar a alguien. No es una modalidad extraña, ya que en los últimos años he visto desfilar frente a mis ojos –cada vez más desesperanzados, lo confieso- los mismos dos o tres chistes con los nombres de los presidentes/gobernadores/intendentes de turno. Es parte del folklore político nacional, lo sé. Pero como todo gesto mínimo, importa toda una dimensión de significados ocultos. Pasados los meses, recuerdo esas lí...