El Factor Buzzi
Hace poco más de dos años, las primeras andanadas de críticas recibían la gestión de Martín Buzzi al frente de la Intendencia de la compleja y acomplejada Comodoro Rivadavia.
Por entonces, la urticante explicación de la flamante administración fue: “resistencia al cambio”.
Como si de una profecía autocumplida se tratara, los días transcurridos desde entonces han sido una variación del mismo tema. La resistencia ha pasado por todas las etapas y para sus más acérrimos militantes ha sido más que una sorpresa la reciente encuesta de imagen de gestión.
A Martín Buzzi pocos lo entienden, menos son los que le tienen paciencia y todavía menos los que se dedican “realmente” a escucharlo.
Signado como sordo a los concejos partidarios y causa perdida de los sucesivos dirigentes locales que pretendieron apadrinarlo, su aparato político propio es cuasi-prestado y todo pareciera indicar que esa también será una factura a pagar en el escenario de una interna partidaria –por decir lo menos- compleja.
Son demasiadas etiquetas superpuestas para una ficha tan nueva en el tablero político chubutense.
Como pocos, Buzzi marcha al ritmo de su propio tambor.
Uno que por momentos sólo pareciera escuchar él, para desesperación de quienes intentan alinearse a un trazo que no se ve.
De todos los mandatarios que ha tenido la ciudad, ha sido el más unplugged para entregar presentaciones. A veces da con el physique du rol, a veces se desdibuja, otras hasta parece que se hastía. Y en ciertas ocasiones, contadas en realidad, deja a la peña pasmada con una versión propia de algo que parecía canto general.
En el paneo del intestino de su gestión, las voces van desde la frustración al llano enojo, pasando por la indiferencia siempre presente mientras los intereses particulares no se vean afectados. Son pocos los que admiten abiertamente y en privado que juegan para su equipo, aunque también entre ellos es difícil encontrar a quien sepa de qué va la movida en cuestión.
Los yankees suelen usar “lost in translation” –perdido en la traducción- para aquellas situaciones en las que alguien se queda sin entender realmente el significado de algo, en las que una parte de lo que se quiso decir se pierde en el proceso.
En términos de liderazgo, Buzzi está perdido en la traducción. Y nosotros con él.
La brecha entre su forma de ver la gestión político-institucional y la percepción que la ciudadanía tiene de la misma es abismal.
Ya sea que se trate de una línea de falla creada por elección u omisión, entre una o ambas partes, la gran pregunta pasa por saber cómo se construirán sobre ella los puentes que le permitan llegar a una candidatura a la Gobernación del Chubut en el 2011.
En un ruedo de golden boys que trasuntan mejor –y con más aire de pueblo- las místicas peronistas, la impronta de Buzzi desequilibra y hasta desconcierta. Es el factor desestabilizante de las seguridades político-electorales de los últimos tiempos y su perfil altera las fórmulas tradicionales en las que se lo inserta.
Buzzi habla de construir futuros posibles a una ciudadanía que no encaja las piezas que tiene a mano en base diaria.
Buzzi habla de management, de conocimiento, de tecnología, de polos industriales, de rediseño urbano, de destinos de convención.
Buzzi habla de visiones de una ciudad que, al menos por ahora, sólo existe en su cabeza y su forma de pensar un tablero que será.
Quienes lo escuchan desde la vanguardia de construcción de esos espacios, se sienten menos solos, se inspiran y siguen por la tarea de completar el cuadro.
Quienes lo escuchan desde el lote baldío, nunca entenderán por qué las calles siguen con cráteres, los boulevards sucios, las plazas abandonadas y el sueño político de la todopoderosa urbe petrolera, ninguneado por el Valle provincial.
Suelo escucharlo desde la fascinación de estar frente a alguien que ve más allá puesto de pie en el barro más espeso.
Algunas veces lo escucho con el entusiasmo de quien cree en esas fábulas posibles, otras con la tristeza de quien las sabe carne de cañones más pragmáticos, y otras con la impotencia de entender que los vientos necesarios para llegar esos destinos no son los que imperan. Sin compartir los excesivos halagos que se le endilgan ni las burlonas crucifixiones que muchos le reservan en público y en privado.
Cierto es que la política, vernácula y de modelos for export, hace años que se ha desprendido de los estadistas para dar paso a los gestores.
Entre esos polos, los visionarios nadan contra las mareas de sus tiempos.
Los más fuertes sostienen la remada hasta que el barco encuentra puerto o las aguas cambian el vaivén. Los débiles se hunden en la quimera.
En 10 años creo que miraremos estos y veremos una gestión que, a la luz de las exigencias contemporáneas, quizás no haya sabido dar las respuestas express que una ciudadanía todavía más macdonaldizada pedía.
Pero también, creo, veremos la bisagra que nos permitió abrir sin darnos cuenta la puerta a ese futuro para una ciudad que no existía.
Ciudad del conocimiento, paraíso nunca encontrado o mero intento fracasado…
¿Cuál será el altar en el que recordaremos al que vio el cambio como un desafío posible, con pago de dividendos muy a futuro y aún así intentándolo?
¿Habremos resistido a ese cambio lo suficiente como para entenderlo... o demasiado como para retrasarlo hasta hacerlo imposible?
Por entonces, la urticante explicación de la flamante administración fue: “resistencia al cambio”.
Como si de una profecía autocumplida se tratara, los días transcurridos desde entonces han sido una variación del mismo tema. La resistencia ha pasado por todas las etapas y para sus más acérrimos militantes ha sido más que una sorpresa la reciente encuesta de imagen de gestión.
A Martín Buzzi pocos lo entienden, menos son los que le tienen paciencia y todavía menos los que se dedican “realmente” a escucharlo.
Signado como sordo a los concejos partidarios y causa perdida de los sucesivos dirigentes locales que pretendieron apadrinarlo, su aparato político propio es cuasi-prestado y todo pareciera indicar que esa también será una factura a pagar en el escenario de una interna partidaria –por decir lo menos- compleja.
Son demasiadas etiquetas superpuestas para una ficha tan nueva en el tablero político chubutense.
Como pocos, Buzzi marcha al ritmo de su propio tambor.
Uno que por momentos sólo pareciera escuchar él, para desesperación de quienes intentan alinearse a un trazo que no se ve.
De todos los mandatarios que ha tenido la ciudad, ha sido el más unplugged para entregar presentaciones. A veces da con el physique du rol, a veces se desdibuja, otras hasta parece que se hastía. Y en ciertas ocasiones, contadas en realidad, deja a la peña pasmada con una versión propia de algo que parecía canto general.
En el paneo del intestino de su gestión, las voces van desde la frustración al llano enojo, pasando por la indiferencia siempre presente mientras los intereses particulares no se vean afectados. Son pocos los que admiten abiertamente y en privado que juegan para su equipo, aunque también entre ellos es difícil encontrar a quien sepa de qué va la movida en cuestión.
Los yankees suelen usar “lost in translation” –perdido en la traducción- para aquellas situaciones en las que alguien se queda sin entender realmente el significado de algo, en las que una parte de lo que se quiso decir se pierde en el proceso.
En términos de liderazgo, Buzzi está perdido en la traducción. Y nosotros con él.
La brecha entre su forma de ver la gestión político-institucional y la percepción que la ciudadanía tiene de la misma es abismal.
Ya sea que se trate de una línea de falla creada por elección u omisión, entre una o ambas partes, la gran pregunta pasa por saber cómo se construirán sobre ella los puentes que le permitan llegar a una candidatura a la Gobernación del Chubut en el 2011.
En un ruedo de golden boys que trasuntan mejor –y con más aire de pueblo- las místicas peronistas, la impronta de Buzzi desequilibra y hasta desconcierta. Es el factor desestabilizante de las seguridades político-electorales de los últimos tiempos y su perfil altera las fórmulas tradicionales en las que se lo inserta.
Buzzi habla de construir futuros posibles a una ciudadanía que no encaja las piezas que tiene a mano en base diaria.
Buzzi habla de management, de conocimiento, de tecnología, de polos industriales, de rediseño urbano, de destinos de convención.
Buzzi habla de visiones de una ciudad que, al menos por ahora, sólo existe en su cabeza y su forma de pensar un tablero que será.
Quienes lo escuchan desde la vanguardia de construcción de esos espacios, se sienten menos solos, se inspiran y siguen por la tarea de completar el cuadro.
Quienes lo escuchan desde el lote baldío, nunca entenderán por qué las calles siguen con cráteres, los boulevards sucios, las plazas abandonadas y el sueño político de la todopoderosa urbe petrolera, ninguneado por el Valle provincial.
Suelo escucharlo desde la fascinación de estar frente a alguien que ve más allá puesto de pie en el barro más espeso.
Algunas veces lo escucho con el entusiasmo de quien cree en esas fábulas posibles, otras con la tristeza de quien las sabe carne de cañones más pragmáticos, y otras con la impotencia de entender que los vientos necesarios para llegar esos destinos no son los que imperan. Sin compartir los excesivos halagos que se le endilgan ni las burlonas crucifixiones que muchos le reservan en público y en privado.
Cierto es que la política, vernácula y de modelos for export, hace años que se ha desprendido de los estadistas para dar paso a los gestores.
Entre esos polos, los visionarios nadan contra las mareas de sus tiempos.
Los más fuertes sostienen la remada hasta que el barco encuentra puerto o las aguas cambian el vaivén. Los débiles se hunden en la quimera.
En 10 años creo que miraremos estos y veremos una gestión que, a la luz de las exigencias contemporáneas, quizás no haya sabido dar las respuestas express que una ciudadanía todavía más macdonaldizada pedía.
Pero también, creo, veremos la bisagra que nos permitió abrir sin darnos cuenta la puerta a ese futuro para una ciudad que no existía.
Ciudad del conocimiento, paraíso nunca encontrado o mero intento fracasado…
¿Cuál será el altar en el que recordaremos al que vio el cambio como un desafío posible, con pago de dividendos muy a futuro y aún así intentándolo?
¿Habremos resistido a ese cambio lo suficiente como para entenderlo... o demasiado como para retrasarlo hasta hacerlo imposible?