Nuevas fronteras
“Ni todo lo que anda errante está perdido” Tolkien Cualquiera que me conoce sabe que soy absolutamente capaz de extraviarme y vagar sin rumbo en un pueblo de seis calles, con el mismo talento innato que me evita seguir un mapa o salir del subte en la dirección correcta. Es así. No importa qué tan grande o chica sea una ciudad, lo más probable es que en mis primeras exploraciones me pierda sin remedio. Si me quedo lo suficiente en terreno, identifico aquel edificio, ese lugar, el árbol antiquísimo, la plaza bonita y de ahí parte mi métrica. Si estoy solo de paso, será una experiencia que disfrute ya sin ego herido mientras espero recordar al menos el nombre de la ciudad. Esto me ocurrió hace unos años en Barcelona. Hacía frío, el cielo estaba constantemente gris y solo tenía unas pocas horas. Muy prolija, había señalado un par de lugares en –claro- un mapa, como si realmente fuera a poder interpretarlo una vez en marcha. De fe inquebrantable, me acusarían algunos. Era