Nuevas fronteras


“Ni todo lo que anda errante está perdido”
Tolkien



Cualquiera que me conoce sabe que soy absolutamente capaz de extraviarme y vagar sin rumbo en un pueblo de seis calles, con el mismo talento innato que me evita seguir un mapa o salir del subte en la dirección correcta.
Es así. No importa qué tan grande o chica sea una ciudad, lo más probable es que en mis primeras exploraciones me pierda sin remedio.
Si me quedo lo suficiente en terreno, identifico aquel edificio, ese lugar, el árbol antiquísimo, la plaza bonita y de ahí parte mi métrica. Si estoy solo de paso, será una experiencia que disfrute ya sin ego herido mientras espero recordar al menos el nombre de la ciudad.
Esto me ocurrió hace unos años en Barcelona. Hacía frío, el cielo estaba constantemente gris y solo tenía unas pocas horas. Muy prolija, había señalado un par de lugares en –claro- un mapa, como si realmente fuera a poder interpretarlo una vez en marcha. De fe inquebrantable, me acusarían algunos.
Era poco después de mediodía y ya llevaba dos vueltas enteras que me devolvían siempre a la misma calle angosta del Barri Gòtic.
Sentada en una pared baja y a punto de abandonar la cruzada de llegar a las puertas de la Catedral de Barcelona, empecé a escuchar muy bajito y a lo lejos una voz. Era suave, dulce, apenas audible… y así y todo tenía el encanto que me llevó a ponerme de pie y seguirla.
Con cada paso, se hacía más clara y más hipnotizante. El objetivo ya no era la Catedral perfecta, sino conocer la fuente de aquel canto.


Más cerca en el tiempo y en Argentina, hace ya varios meses me adentré -al principio como “turista” y luego generando conocimiento y experiencia- en el terreno de Gobierno Abierto.
Como ocurre con todo nuevo métier, lleva un tiempo conocerse y desarrollarle un código propio a ese aprendizaje.
Entendí su técnica y también hice migas con su esencia, profundamente democrática y real. Me permití perderme en su visión de futuros mejores, construidos entre gobernantes y gobernados. Me ganó su aire de co-creación constante. Leí todo cuanto tuve a mano, escuché horas de conferencias, repasé casos pioneros en el país y el mundo.
En medio de esas exploraciones, más de una vez me senté en algún paredón a repasar rumbos, a buscar alternativas, a tomar aire y pensarlo todo diferente.

Hoy, después de haber perdido un par de vueltas, escribo desde uno de esos descansos: en mi camino hacia una implementación exitosa de Gobierno Abierto estoy todavía dando vueltas en el Barri Gòtic, aunque la voz que sigo es más fuerte que aquella de entonces.


“Con una mano en el corazón, Sandra, ¿realmente creés que eso va a prosperar, que algún día lo van a aplicar?”, me preguntó alguien mientras me miraba con escepticismo y piedad, harto de escucharme parlotear sobre mi proyecto para su ciudad.

En ese momento, llevaba meses en la teoría y un par en la práctica y, aunque parecía que podía avanzar, la ebullición interna gubernamental siempre estaba agazapada dispuesta a llevarse todo puesto.
Fue el primer paso. Un Intendente corajudo, el aval justo en el momento indicado, las ganas puestas al servicio de una gestión pública diferente. La política interna no lo entendió. Hoy sobrevive en una estructura que quién sabe con certeza en qué arenas estará batallando.

Mejor suerte hubo en el segundo intento, aunque resultara igual de fallido.
La patriada fue para una provincia y el del coraje un Subsecretario. El equipo de armado del pre-proyecto entendió de primera el sentido del camino, aunque luego un infaltable dueño del palito impedidor ejerció su control sobre la rueda.

El inicio del viaje fue desde un mejor lugar, con muchas lecciones aprendidas y con un objetivo más ambicioso aunque no por eso irreal.
Los errores alimentaron nuevas formas de plantear y hacer, mails de ida y vuelta, horas de teléfono, escribir y pensar la implementación en otras dimensiones. En el plan final, de concretarse con éxito, esa provincia sería un "es posible" importante.
En definitiva, como reza la frase de Beckett, esta vez fracasamos mejor.

A la tercera dice el saber popular que va la vencida, ¿será así realmente?
¿O tal vez la experiencia dice que esa instancia debiera esperar unos años? No tengo en claro una respuesta por sí o por no.

En el país más movilizado colectivamente que recuerde desde mi generación, con un sentido hacedor y democrático recorriendo el espinel de ciudadanos y no-ciudadanos, en sus ámbitos de pertenencia o por sí mismos, ¿todavía hay funcionarios que construyen ajenos y ensimismados en sus esquemas sesgados?
Sí, todavía sí. Aunque hay otros que huelen el cambio en el aire.

Por primera vez desde 1983, nuestra democracia crece más desde la base que desde la estructura formal, y será esto lo que imprima en un futuro cercano su sello en el ejercicio de la política, pública y partidaria.

En ese camino, Gobierno Abierto es una nueva justicia social que avanza sin nombres propios, en el mundo, en América Latina y en Argentina también.
Ejercida desde su profundo sentido y no desde la vidriera, es garantía de equidad e inclusión, de desarrollo y progreso, de políticas públicas con conciencia de su tiempo.

Ayer leía en mi Twitter algunos conceptos que vertía un diputado provincial sobre lo que consideraba debía ser el rol de una Legislatura.
“El Poder Legislativo puede trabajar en tiempo real”. "Prefiero que estos proyectos mueran de cara a la gente en la arena del recinto y no que mueran de inanición en comisiones”.

“Legislaturas Abiertas” las llaman y viven en otros lugares no muy lejanos.
Poderes legislativos con sus miembros trabajando en sinergia con los ciudadanos que representan, con leyes creadas y debatidas con quienes deberán cumplirlas, con un lenguaje claro, accesible, transparente.
Son legislaturas que responden a los tiempos en los que viven sus pueblos y los sientan en una banca “virtual” y nunca tan real.
¿Cuántos diputados podrían afrontar el reto? ¿Cuántos podrían “abrir” su votación y su postura ante cada tema debatido?
Aún más: ¿cuánta interacción y beneficio social representaría una “Justicia Abierta”?
Porque en Gobierno Abierto no hay más claustros.

Es claro que no se trata solo de modernizar la función pública, de capacitar al personal con estándares gerenciales, de establecer metas internas de gestión. Este desafío va mucho más allá del mero Gobierno Electrónico, de los funcionarios 2.0 y la digitalización de procesos administrativos.
Se trata del último avance de la democracia, de una participación abierta en todos los frentes, de un acceso a las entrañas del gobierno para que se nos parezca todavía mucho más.

“El pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes”, marca nuestra Constitución. Quizás sea tiempo de incorporar un “junto a sus representantes”.
Fue la idea subyacente en la cumbre de la Alianza Internacional para Gobierno Abierto en Brasilia: “un gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo y CON el pueblo”.
Esa es una reforma que valdría la pena intentar.

En estos días en los que muchos de los libros que seguíamos comienzan a tener letras que ya es anacrónico mantener y sostener.
En estos tiempos difíciles y con recetas totalmente agotadas, clamando por una seguridad sustentable, un nuevo paradigma educativo, reformas profundas en la gestión de salud.
Todo lo que podían aportar los funcionarios se les ha ido entre los dedos y son los foros que eligen los ciudadanos los que marcan un compás de gestión pública que muchos de los primeros no han siquiera registrado.


Allá por Barcelona, después de un rato de andar a tientas, llegué al origen de ese canto. Era una señora muy pequeña, casi frágil, con voz de soprano e inspiración elevadora. La escuché emocionada durante un rato eterno. Cuando se detuvo, le agradecí su arte y me tendió una tarjeta. Se llamaba Pilar Rodríguez y mucho tiempo después supe que era reconocida en ese escenario.
¿La Catedral? Ahí estaba, apenas a unos pasos, y de alguna manera llegar a ella ya no importaba. 


Desde este rellano en el que decido mi tercera avanzada, recuerdo aquella pregunta descreída del primer paso e invoco la voz de Pilar.

Quizás porque todos necesitamos confiar en esas voces que guían cuando los laberintos no muestran un arriba para salir.

Porque el tiempo de un gobierno de élites, con sus lenguajes difíciles y accesos limitados, que no guía ni se deja guiar, está agotándose.

Porque en la gestión pública así como en la vida, cuando ya no sirven los caminos conocidos, necesitamos inspiración, conocimiento y fe para avanzar en las búsquedas, y pasión puesta en trabajo para expandirnos hacia nuevas fronteras. Con todos y con todas.