Mandatos cumplidos


El mes de abril me lo robaron completo. O mejor dicho, me lo auto-robé para volver a ser aprendiz de libros y ruedas de pensamiento. Leyendo, rumiando, foreando, escribiendo prácticos.

En parte, porque había un desafío personal pendiente de volver a esos lugares; también porque me tentaron con dos cursos-taller en simultáneo a la flamante cursada universitaria; y en el fondo, porque se me hacía más que necesario despabilar a las neuronas, cada día más enamoradas de jugar a las estatuas.

En ese camino de regreso, pasé por mucho foro y participé como actor y observador de esos relatos. Historias que contienen en su mayoría esa extraña mezcla entre el hastío, la esperanza y la movilización.
En un punto, me encontré pensando en cuál es el mapa válido que se sigue cuando todos los mandatos están cumplidos.

En algunos terrenos creo que todavía avanzamos apenas mirándonos los pies para no tropezar demasiado.
Cada vez que atiendo el teléfono o reviso los mails, hay alguien del otro lado dispuesto a compartir su relato sobre el tablero político que tiene a mano.
Que pasa esto o aquello, que aquel se queda o se va, que hizo algo o nada, que influye más o menos... la lista de interpretaciones y conjeturas es interminable.
Pero lo que más escucho, y en lo que más coincido, es en lo extraviados que parecen todos sobre lo que los espera apenas un poco más allá.

Es como si este frenesí de contar todo al instante, apenas digerido como para que pase a otro y otro y otro más sin demoras, dejara al margen el pensar en el párrafo siguiente, en el paso a continuación, en la inevitable consecuencia.

Hace unos pocos días escuché a un Gobernador lamentar que se escribía muy poco. Pasó desapercibido y hasta no pareciera ajustarse a lo que diría alguien en su función, al menos hoy en nuestro país. Se entiende porque se le conoce el trazo de otras épocas, pero en la actualidad suena casi anacrónico.

Se refería a la falta de publicación de pensamiento y conocimiento, de avance, de teoría académica puesta afuera, y el inevitable enlace de todo ello con el desarrollo.

Fue casi inmediato el ejercicio de repasar la lista de los dirigentes políticos que podrían abordar con éxito ese paso. En los ámbitos académicos, solo los economistas y algún que otro abogado aportan pluma y contenido.
Siguió la todavía más reducida nómina de los periodistas que firman sus columnas con sus nombres reales en medios gráficos y digitales de la misma región. Ampliando el espectro, de los que todavía hacen radio invitando a reflexionar con su propia voz no condicionada.

Hemos dejado de poner afuera lo permanente para quedarnos con lo efímero, con lo que pasa y se olvida en dos minutos. Hemos dejado de pensar el desarrollo como un desafío con historia, presente y futuro. Hemos cedido al encanto del escándalo vedettongo, sacrificando el verdadero debate. Hemos dejado de rumiar para tragarnos cualquier sapo sin pensarlo demasiado.

Cabe preguntarse entonces, cuando todo pasa por el instante fugaz, ¿cómo llegamos a ese salto de desarrollo para hacerlo consistente, progresivo, y no solo fortuito? ¿Cómo nos comprometemos con los otros, los de ahora y los que vendrán?
El conocimiento compartido, el pensamiento colectivo, es una quimera con muy pocos Quijotes visibles en nuestra región.

Vuelvo a los foros de mis tres desafíos y leo las últimas intervenciones.
En uno, personas haciendo –y aprendiendo- el ejercicio de cómo transformar el Estado con colaboración, participación y transparencia, para una nueva justicia social.
En otro, militantes –por definición, personas que creen y trabajan en pos de eso- que debaten sobre las realidades de sus unidades básicas, de sus dirigentes, de los nuevos espacios de militancia que los liberan de algunos mandatos que no terminan de cumplirse.
En el último, seres con nombre y apellido y de esfuerzo anónimo que cuentan cómo día a día intentan transformar su pedacito de sector público, con una visión que los lleve más allá del capricho político-partidario y los “esto no se puede” sin razón.

Detrás de todos ellos hay un tambor que suena marcando el paso.
Es un latido que subyace en los repasos de tweets, en las pasadas por Facebook, en las mesas de café, en las llamadas, en los correos.
Es un ruidito de fondo que suena a mandatos cumplidos: ya hicimos todo como se esperaba, ¿ahora qué?

En este tiempo, todo lo que se esperaba de nosotros está ahí, afuera, en progreso, evolucionando, transformándose y transformando. Y también, no está.
Está la frustración porque pocos hacen lo que otros quieren o se hace en demasía, porque no funciona, por el mal discurso, el relato que no encastra, por el paso cambiado sobre la marcha.

¿Qué mandato nos quedará pendiente para zafar finalmente de todos y avanzar a otra etapa, con nombre más propio y pensada desde nuestro lugar?

Cuando ya fuimos y no fuimos todo lo que nos imaginábamos, lo que esperaban de nosotros, lo que los otros nos impusieron, lo que elegimos ser y hacer.
Cuando ya nos bajaron o nos patearon de los destinos de gloria, perdimos o dejamos pasar los trenes del oportunismo, nos callamos hasta el ovillo o gritamos con las tripas.
Cuando saludamos desde el carro de la victoria, no nos salió mal ni una, y dijimos lo que queríamos, como y cuándo queríamos decirlo.
Cuando el escritorio ya no nos condiciona, el aula no nos pesa y la burocracia no nos hunde.
Cuando ya dejamos de lado el censo de fallutos y traidores. Cuando ya no hay mucho más para hacer con el barro.
Cuando está acomodada la mesa de los leales, los amigos en la cancha y los afectos en su lugar. Cuando todo barro esconde oro.
Cuando ya cumplimos e incumplimos todas las profecías…

Quizás pase que podamos cansarnos con fundamentos y sin tribunas de odio, patear tableros y –real y profundamente- cambiar.
Tal vez entonces elijamos sentarnos y poner el relato afuera, desandado y escrito con todas las letras, para que el aprendizaje sea de todos.

Quizás nos sentiremos libres de ser, hacer, decir y escribir lo que pensamos, incluso si es poco y nos parece nada.
Incluso para equivocarnos.
Incluso si es para repensar todos los mapas, abjurarlos y volver a empezar.