Fantasmas

La figura de Juan Domingo Perón es uno de los eternos fantasmas de los argentinos.
Cada tanto reaparece para desgranar una frase pulida de todo contexto, para hermanar o resistir, para evocar miedos o glorias. Tiene el magnetismo de los misterios y la presencia ominosa de los cucos de cuento, según la voz que lo evoque. En cualquier momento, con la excusa más bizarra o justificable, alguien se arroga el derecho de preservar su imagen o denostarla. Y otras veces, algunas almas buscan la letra para imaginar-decir lo que quizás aquel General alguna vez pensó... o no...
Quizás, pienso, esas voces sean las más leales.
Este fragmento fue escrito por una politóloga peronista de pasión aunque no de oficio. Ella se llama María Esther López y aquí está su palabra, para que encuentre en ustedes un destino.

Juicio Final

Tengo 78 años y acabo de morir. Por fin. No sé hacia dónde dirigirme ahora. Me llaman por allí, ya voy. Y esta mujer que no para de llorar. Qué hipócrita. Si ni lo siente. Claro, las fotos. Cómo no iba a estar lista para las fotos. Quién te ha visto y quién te ve: de bataclana ayer, a ilustre viuda hoy. Y presidenta. Pero qué hice. Y ese rastrero que la lleva del brazo. El muy satánico llora. Y dice que es una pena, que el país perdió un gran líder. Pobre de mí, que le creí y vine. Y toda esta gente que pasa y me besa en la frente y llora también. Y esta mujer pequeñita que me agradece todo lo que ayudé a su familia. Que fue ella y que no pudo agradecerle porque era muy chica, y que ahora me pedía que le diera el mensaje. Veré qué hago señora, pero no creo que me cruce con ella. Que fue en el ´48. Ya me parecía, porque cuando volví no quedaba un mango en el tesoro. Como para regalar algo estábamos. Ella sí que ayudaba y cómo. Me decía: Juan, mirá esta carta, pobre vieja, no tienen ni para comer, hay que hacer algo. Y ahí Juan firmaba el cheque y la Singer estaba en su casa en menos de lo que cantaba un gallo. Y así con todo. Decía que debíamos ver las injusticias; que había muchas en aquellos años. En estos también, pero se notan menos. Y yo la escuchaba. La escuchaba siempre porque cómo no hacerlo. Es que si se enojaba, mejor dormir en la calle. Yo también me enojaba pero por otras cosas, no por esas. Tenía mucho de qué cuidarme y ella cuidaba de los pobres, de sus descamisados. Esos descamisados que hasta la camisa me sacaron. Me decían mis comandantes: párela general que se le sube a las barbas; pero yo la dejaba hacer. Es que me gustaba inquietar a mis subalternos. Me gustaba demostrar el poder y el control que tenía sobre las cosas. Sabía que ella era buena, era noble, pero le gustaba mandar y que la adularan. Y le gustaba que le agradecieran. Se sentía importante cuando le agradecían y a mí me gustaba verla sonreír. Estaba tan hermosa con su sonrisa, parecía más joven y más feliz. Más feliz que conmigo, eso seguro. Era su placebo ante mi impotencia. Porque ese era un problema entre los dos. Lo disimulamos, lo ocultamos a los demás, pero existía y ella me lo reprochaba. Sus cóleras de fin de semana eran de antología y yo prefería irme por los jardines de la Quinta con mis perros para no oírla. No quería ni oír su llanto y su furia por haberla engañado tanto. Es que no fui bueno con ella y tampoco con esta. Es que sólo me importaban mis asuntos, mi poder. Sólo me ocupaba de lo que yo creía importante. Ese era mi placer. Las tuve a las dos de florero. Aunque Eva llegó más lejos porque yo quise. Y lo que yo no pude lo hiciste vos con el cáncer. Con eso le paraste los pies y me la quitaste. La dejaste fuera de juego. Ya no tuve ni que pedirle que se hiciera a un lado y a mis comandantes los mandé a callar porque ya no hacía falta más, que se retiraba sola. Que ya no había peligro. Qué dolor, qué sufrimiento verla tan consumida y derrotada. Las pintadas lo pedían y se cumplió, el cáncer la venció y yo me quedé solo. Como estoy ahora, como estuve todo este tiempo. En realidad, siempre estuve solo porque nunca supe estar con nadie. Y ahora ésta, que se queda con todo y ni siquiera sabe hablar. Por qué la traje. Y no para de llorar. Si hasta parece darse cuenta de lo que se le viene encima. Y ese crápula a su lado, con esas lágrimas corrosivas. Creo que si me moja me desintegro. Es lo que tiene el embalsamamiento, a la mínima sos aire. Ya voy, ya te atiendo. Qué me preguntás. Que si tengo algo que declarar. Si serás burócrata. Cómo me asquean los burócratas. Yo con Eva lo solucionaba todo. Pedidos directos, sin intermediarios, sin junta papeles. Querés saber si tengo pecados que declarar y que además te diga mi nombre. Mirá, sabés que no fui un santo, la santa era Eva. Si tengo algo que declarar es que traje a esta tonta. Porque el pecado de Estela es ese: ser tonta por elección. Pero, el mío es mayor. Ser soberbio y engreído. Me creía capaz de inventar otro camino y darle otro final a las cosas. Qué soberbio y que iluso. No debí haber vuelto, ya lo sé. El Brujo me convenció. Es que me tenía muy agarrado. Con sus pastillitas y su palabrerío me hizo creer que el país necesitaba el regreso de su líder y yo me lo creí. Estaba obcecado por ambición y ansias de monumento. Como siempre, no escuché a los que me decían: general, no es momento, déjelo estar, que las cosas están muy revueltas. Que mueren muchos por su causa y más morirán. Y yo, que no me conformaba con las zapatillas de fieltro y pasear a mis perros, volví y aquí estoy. Y aquí estamos, frente a frente. Sí señora, de nada. Que las ayudas fueron gratuitas. Qué error, ese fue otro error, más que pecado. Dar, dar y dar y no enseñar a devolver. Nunca aprendieron que tenían que devolver y por eso ni las gracias me dieron. Uf! Menos mal que me ponen la tapa de cristal, así puedo oírte mejor. Nunca pensé qué tendríamos esta reunión. Creí que me tocaría otra fila. Como tantos desearon que me pudriera en el infierno, creí que iría allí por votación popular. Esta reunión es previa a todo, ¿no? Bueno, que si tengo algo que declarar, como en la aduana. Creo que no te hace falta saber más, si lo tenés todo anotado. No, que no me escabullo del juicio. He sido soberbio y me creí dios. No me mires así. Es que aquel día, cuando millones aclamaban mi nombre y ella juraba que removería piedra por piedra hasta liberarme, me sentí dios. Y esa fue mi cruz: comencé a creerme un gran líder de masas y ella me ayudó: es que Eva era perfecta para enardecerlos. Para crear la magia del poder absoluto. Soberbia es mi mayor pecado que declarar. Soy Juan Domingo Perón, tengo 78 años y acabo de morir, que me juzguen por lo que he sido.