Los 4400

No es la serie de televisión, no.
Tampoco es el total de la lista de ofendidos, suspendidos y humillados que arrastra cierto partido -de internas históricas y sin internas actuales- con vistas al próximo ruedo electoral.
No.
Es la cantidad de pesos que necesita una familia tipo para vivir en Comodoro Rivadavia durante un mes.
Monedas más o menos, ese es el número imposible para muchos, apenas posible para otros e irrisorio sólo para unos pocos.
Y de seguro más de una voz se alzará indicando que las mediciones no son correctas, que debió ser mucho menos, que es imposible. Quizás hasta la oficial indique 4000 y hasta nos parecerá mucho menos.
Pero la realidad dista de ser una cuando quien trabaja en un comercio que paga hasta 30.000 pesos de alquiler por estar en una codiciada calle céntrica apenas gana un cuarto del número mágico.
CR se ha vuelto el reino de las multi-realidades y no hay quien haya sabido sacarla de su encantamiento. ¿Dónde vivís si sólo ganás 1000? ¿Qué ropa usás? ¿Qué comés? ¿Alguna vez salís al cine, a tomar algo? ¿Le das algún gusto a tus hijos? ¿Alguna vez tomás un remis en lugar de la oxidada línea 2? ¿Comprás el diario? Son todas cosas cotidianas, como despertarte y respirar. Y quizás me falte una pregunta que no muchos hacen: ¿qué piensan tus hijos cuando ven que el trabajo no siempre garantiza una vida digna y plena?

En el delirio petrolero creemos que todos los trabajadores del sector ganan una fortuna, que no necesitan dinero para nada más que el plasma, el local del farol rojo y el Peugeot 307, y que está bien que paguen lo que sea porque la justicia termina en la arbitraria frontera de los... ¿2500? ¿quizás menos?. No vamos a recordar que se retiran a los 55, que pasan 12 horas o más fuera de sus casas, que el trabajo los consume hasta en lo físico, que sus vidas personales sufren ese desgaste. Es mejor creer que somos un pequeño emirato y ellos son los jeques. Es más simple para demonizarlos y sentirnos sus víctimas indefensas.
De la misma manera nos engañamos si elegimos pensar la clásica "la culpa la tiene el Gobierno".
El comerciante que te vende con precio triplicado, el que te pide un alquiler exhorbitante, el restaurante que te cobra una fortuna por comer mal, y nosotros que consumimos todo eso también somos culpables.
Después de todo, ¿quién es el que resiste a la tentación de ordeñar esta vaca de leche negra sólo porque estos son los cuatro días locos que vamos a vivir?
Son nuestra ciudad y nuestra comunidad las que se hunden bajo el peso de un costo de vida que aleja hacia destinos más asequibles a médicos, policías y jueces. Y en esta CR de la petrovida quizás no importe con urgencia, pero la eterna duda sobre lo que podría pasar mañana se las arregla para dejarnos con un futuro a la deriva.

En una ciudad donde vivir es casi un lujo, me pregunto qué será sobrevivir.
Un milagro, quizás.
Un ejercicio de dignidad y paciencia, de apretar dientes y llorar ganas.
Un constante estar en un lugar donde pertenecer no tiene ningún privilegio.