Chubut’s Next Top Model
Déjenme preguntarles algo: ¿cuántas veces han escuchado algo y pensado “lo tomo como de quien viene”? Apuesto a que más de una vez. Esa postura nos lleva a filtrar de quién vamos a tomar algo como válido y de quién no… aunque lo dicho sea en esencia lo mismo.
Días atrás, el Presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, el Dr. Ricardo Lorenzetti, criticó duramente la puerta giratoria de la Justicia como parte de un diagnóstico sobre el rol de los jueces en la problemática de la inseguridad.
Si vivís en Chubut, lo venís escuchando hace años.
Lo suele decir el Gobernador Mario Das Neves.
Y cada vez que lo ha dicho, las solicitadas de Colegios de Abogados, el propio poder Judicial Provincial y todo el arco mediático han salido al cruce de esas declaraciones considerándolas desde un atentado a la democracia hasta un exceso verbal, con varias paradas intermedias.
Sin embargo, a Lorenzetti no le ha pasado lo mismo. Sus palabras merecieron debate pero no quejas airadas. El tono de los medios y los aludidos ha sido contemporizador y la lectura más arriesgada indica que “las declaraciones han generado debate”.
Entonces, mal que nos pese, quizás sea momento de reconocer que con Mario Das Neves hay algo personal.
Con el debido respeto -aclaro por las dudas, para los simaristas que nunca faltan- Das Neves es petiso, cabezón, brusco y calentón, habla sin “s” ni “t” finales y más de muchas veces no puede disentir sin bravuconadas. Va por la vida y función pública a lo bestia, se rodea de varios no recomendables pero, aunque ya lo hayan hecho otros antes que él, ya lo sabemos: él -y no otros- es el peor de todos.
Si fuera rubio, alto, de ojos celestes, modales pulidos y dicción impecable, eternamente neutro y negociador, todos verían la conveniencia de un candidato presidencial tan impoluto y su magnetismo arrasaría votantes. En suma, sería el nuevo Kennedy y Chubut sería Camelot.
Por esta ciudad, allá cuando empezaba a asomar como candidato, apenas llenaba un local de 20 personas y el único que le abría las puertas era Roddy Ingram, ya era así.
Otro de su mismo palo era el mejor candidato, lo decía la mayoría del partido y referentes que hoy lo sostienen. Los que hace años le palmean la espalda gubernamental son los mismos que lo destrozaban en privado.
Das Neves nunca fue perfecto.
No es carismático como Maestro, no es apacible como Lizurume, no es histórico como Viglione, ni siquiera es mejor que la convulsión de Perl y Cosentino juntos. Simplemente no es.
No tiene creado ningún mito alrededor de su figura, más bien tiene exceso de anécdotas gritonas.
Tuvo una enfermedad durísima y sobrevivió. Podría haber sacado mucho rédido político de esa circunstancia y, sin embargo, sólo en contadas ocasiones y ámbitos se lo ha escuchado hablar de esa etapa de su vida.
Estudió una carrera universitaria y no terminó, hay a quien se lo ocurre el afiche de los porcentajes y lo único que hacemos es disfrutarlo porque alguien lo pone en su lugar, porque se asoma a una campaña nacional en la que no es querido. Nadie se indigna porque se insulta a un gobernante electo, o porque ensucia el juego democrático. Es más, nadie cree que es un insulto para empezar. Pero, ¿cuántos chubutenses son universitarios recibidos? Y el no serlo, ¿los hace menos válidos en sus ruedos?
Pero es que a Das Neves no hay con qué darle. O mejor dicho, siempre hay para darle.
Si apuesta a crear infraestructura, falla en servicios.
Si enfoca al pago de sueldos estatales en término, falla en el monto concedido.
Si dialoga, hay transa. Si no dialoga, crea dictadura.
Si alinea a propios y ajenos, borocotiza. Si no alinea, pierde su base de poder y está de salida.
Si capta inversiones, gestiona negociados. Si no las busca, pierde oportunidades históricas.
Si busca inserción en nuevos mercados, delira con la fantochada del show. Si se queda en el mercado local, pierde el tren productivo.
Ahora nos burlamos del Modelo Chubú como si lo viéramos desde afuera y, en lugar de remar y apostarle para ver hasta dónde nos podría llevar ya que estamos adentro, seguimos esperando que “el que siempre quisimos que fuera y que nunca quiso ser” se decida a tomar alguna vez la posta. Porque todavía creemos que el próximo sí será diferente.
En cuanto a la administración en sí, seamos justos antes que facilistas: hay áreas que han mejorado y otras que siguen igual de mal que siempre.
Es innegable que hay localidades del interior que han tenido un salto cualitativo de importancia en cuanto a infraestructura. Y también lo es que en las ciudades grandes la cuenta se hace difícil, porque las grandes obras han caído con cuentagotas, las no tan grandes se han hecho pero son menos visibles y las deudas de infraestructura remanentes requieren de inversiones enormes.
La seguridad es un flagelo nacional y la provincia no es la excepción.
Las carencias de la policía provincial son las mismas que en otras partes.
La salud pública es precaria y casi inexistente como lo es en todo el país.
La educación pública está en crisis aquí y en el mundo.
Los sueldos de los agentes estatales están al límite de un costo de vida ficticio, que es el que determina una medición nacional incierta. En nuestra ciudad, con el agravante del boom petrolero mal entendido por una pésima cultura comercial.
Son problemas del ámbito provincial, por cierto, pero también responden a marcos que no son controlados ni fijados por esa competencia. Pero en estas épocas que amenazan con vacas flacas, es de preveer que aparezcan los dedos acusadores reclamando una clarividencia que casi ningún gobierno de la tierra ha tenido.
¿Qué nos haría tan especiales a nosotros, los chubutenses, para vivir en la idílica isla del pleno empleo, el estado de bienestar al máximo y la sociedad perfecta, en medio de un mundo que no existe en esos parámetros?
De seguro es antipático señalar que Das Neves no es ni mejor ni peor que los gobernadores anteriores o que aquellos que lo sucederán, que ha tenido su cuota de aciertos y desaciertos, y que si quisiera ser Presidente y lo lograra, la ecuación sería la misma.
Es muy duro mirarse eternamente en espejos de perfección, en especial porque en esas imágenes nunca nadie será digno de nosotros. Y también porque, desde el otro lado, es imposible gobernar un país de seres perfectos que constantemente juzgan imperfectos a sus representantes.
Quizás nuestro next top model debiera tener el aura de lo posible, estar un poco más acompañado por sus ciudadanos y no quedar tan acosado por un ojo público que pierde el norte como contralor democrático cuando lo juzga todo desde la tribuna de la comodidad.
Días atrás, el Presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, el Dr. Ricardo Lorenzetti, criticó duramente la puerta giratoria de la Justicia como parte de un diagnóstico sobre el rol de los jueces en la problemática de la inseguridad.
Si vivís en Chubut, lo venís escuchando hace años.
Lo suele decir el Gobernador Mario Das Neves.
Y cada vez que lo ha dicho, las solicitadas de Colegios de Abogados, el propio poder Judicial Provincial y todo el arco mediático han salido al cruce de esas declaraciones considerándolas desde un atentado a la democracia hasta un exceso verbal, con varias paradas intermedias.
Sin embargo, a Lorenzetti no le ha pasado lo mismo. Sus palabras merecieron debate pero no quejas airadas. El tono de los medios y los aludidos ha sido contemporizador y la lectura más arriesgada indica que “las declaraciones han generado debate”.
Entonces, mal que nos pese, quizás sea momento de reconocer que con Mario Das Neves hay algo personal.
Con el debido respeto -aclaro por las dudas, para los simaristas que nunca faltan- Das Neves es petiso, cabezón, brusco y calentón, habla sin “s” ni “t” finales y más de muchas veces no puede disentir sin bravuconadas. Va por la vida y función pública a lo bestia, se rodea de varios no recomendables pero, aunque ya lo hayan hecho otros antes que él, ya lo sabemos: él -y no otros- es el peor de todos.
Si fuera rubio, alto, de ojos celestes, modales pulidos y dicción impecable, eternamente neutro y negociador, todos verían la conveniencia de un candidato presidencial tan impoluto y su magnetismo arrasaría votantes. En suma, sería el nuevo Kennedy y Chubut sería Camelot.
Por esta ciudad, allá cuando empezaba a asomar como candidato, apenas llenaba un local de 20 personas y el único que le abría las puertas era Roddy Ingram, ya era así.
Otro de su mismo palo era el mejor candidato, lo decía la mayoría del partido y referentes que hoy lo sostienen. Los que hace años le palmean la espalda gubernamental son los mismos que lo destrozaban en privado.
Das Neves nunca fue perfecto.
No es carismático como Maestro, no es apacible como Lizurume, no es histórico como Viglione, ni siquiera es mejor que la convulsión de Perl y Cosentino juntos. Simplemente no es.
No tiene creado ningún mito alrededor de su figura, más bien tiene exceso de anécdotas gritonas.
Tuvo una enfermedad durísima y sobrevivió. Podría haber sacado mucho rédido político de esa circunstancia y, sin embargo, sólo en contadas ocasiones y ámbitos se lo ha escuchado hablar de esa etapa de su vida.
Estudió una carrera universitaria y no terminó, hay a quien se lo ocurre el afiche de los porcentajes y lo único que hacemos es disfrutarlo porque alguien lo pone en su lugar, porque se asoma a una campaña nacional en la que no es querido. Nadie se indigna porque se insulta a un gobernante electo, o porque ensucia el juego democrático. Es más, nadie cree que es un insulto para empezar. Pero, ¿cuántos chubutenses son universitarios recibidos? Y el no serlo, ¿los hace menos válidos en sus ruedos?
Pero es que a Das Neves no hay con qué darle. O mejor dicho, siempre hay para darle.
Si apuesta a crear infraestructura, falla en servicios.
Si enfoca al pago de sueldos estatales en término, falla en el monto concedido.
Si dialoga, hay transa. Si no dialoga, crea dictadura.
Si alinea a propios y ajenos, borocotiza. Si no alinea, pierde su base de poder y está de salida.
Si capta inversiones, gestiona negociados. Si no las busca, pierde oportunidades históricas.
Si busca inserción en nuevos mercados, delira con la fantochada del show. Si se queda en el mercado local, pierde el tren productivo.
Ahora nos burlamos del Modelo Chubú como si lo viéramos desde afuera y, en lugar de remar y apostarle para ver hasta dónde nos podría llevar ya que estamos adentro, seguimos esperando que “el que siempre quisimos que fuera y que nunca quiso ser” se decida a tomar alguna vez la posta. Porque todavía creemos que el próximo sí será diferente.
En cuanto a la administración en sí, seamos justos antes que facilistas: hay áreas que han mejorado y otras que siguen igual de mal que siempre.
Es innegable que hay localidades del interior que han tenido un salto cualitativo de importancia en cuanto a infraestructura. Y también lo es que en las ciudades grandes la cuenta se hace difícil, porque las grandes obras han caído con cuentagotas, las no tan grandes se han hecho pero son menos visibles y las deudas de infraestructura remanentes requieren de inversiones enormes.
La seguridad es un flagelo nacional y la provincia no es la excepción.
Las carencias de la policía provincial son las mismas que en otras partes.
La salud pública es precaria y casi inexistente como lo es en todo el país.
La educación pública está en crisis aquí y en el mundo.
Los sueldos de los agentes estatales están al límite de un costo de vida ficticio, que es el que determina una medición nacional incierta. En nuestra ciudad, con el agravante del boom petrolero mal entendido por una pésima cultura comercial.
Son problemas del ámbito provincial, por cierto, pero también responden a marcos que no son controlados ni fijados por esa competencia. Pero en estas épocas que amenazan con vacas flacas, es de preveer que aparezcan los dedos acusadores reclamando una clarividencia que casi ningún gobierno de la tierra ha tenido.
¿Qué nos haría tan especiales a nosotros, los chubutenses, para vivir en la idílica isla del pleno empleo, el estado de bienestar al máximo y la sociedad perfecta, en medio de un mundo que no existe en esos parámetros?
De seguro es antipático señalar que Das Neves no es ni mejor ni peor que los gobernadores anteriores o que aquellos que lo sucederán, que ha tenido su cuota de aciertos y desaciertos, y que si quisiera ser Presidente y lo lograra, la ecuación sería la misma.
Es muy duro mirarse eternamente en espejos de perfección, en especial porque en esas imágenes nunca nadie será digno de nosotros. Y también porque, desde el otro lado, es imposible gobernar un país de seres perfectos que constantemente juzgan imperfectos a sus representantes.
Quizás nuestro next top model debiera tener el aura de lo posible, estar un poco más acompañado por sus ciudadanos y no quedar tan acosado por un ojo público que pierde el norte como contralor democrático cuando lo juzga todo desde la tribuna de la comodidad.