La paternidad del cambio
Yes, we can. Sí, podemos.
Horas y horas de multimediática atención mientras medio mundo se obamizaba.
Es épica en estado puro, es camino y lucha, es lo pequeño que se hace enorme, es el encuentro con destinos de grandeza, es el triunfo del postergado o la reivindicación del final.
Y aunque la historia no sea la nuestra, nos identificamos, nos fascina, nos inspira, nos agiganta, nos da poder.
No soy ciudadana estadounidense y, por lo tanto, no voto. Sin embargo, esta madrugada me quedé viendo los canales de noticias sin cesar hasta que el nuevo presidente electo de los Estados Unidos de América terminó su discurso y la gente comenzó a dispersarse.
En su momento hice lo mismo cuando ganó Michelle Bachelet su elección en Chile y también cuando Cristina Kirchner hizo lo propio de este lado. Y cuando hace unos días atrás tuvimos la rareza de reconocer en vida la figura de Raúl Alfonsín, durante años desdeñada por partidarios, opositores y su propio pueblo.
Anoche me maravillé con el dominio de oratoria de los dos candidatos, con la demostración de caballerosidad cívica entre ambos, con la omnipresencia de un sentido de patria que no es privativo de nadie y patrimonio de todos, con la agitación de una nación en torno a su futuro.
He de confesar que también sentí una cierta envidia, o llamémosla anhelo, por tener un poco más de eso en este ruedo nuestro siempre tan tentado a la destrucción y desvalorización del que no piensa igual.
Pero volviendo al homo videns que fui anoche, puedo arriesgar que me sentí parte de la Historia. O mejor dicho, televidente de esa Historia ya que no testigo directo.
Hoy vivimos, creamos y participamos de la Historia de maneras que los científicos sociales todavía –al menos en su mayoría- no logran comprender lo suficiente para asignarle la validez que quizás le conferirá el paso del tiempo.
Ya he escrito mi parte sobre el rol que creo jugarán las campañas virtuales en el futuro político eleccionario argentino, pero aún así no ceso de admirar las movidas que alimentaron una de las cibercampañas más fuertes de los últimos años.
La campaña demócrata fue una que amplió el abanico desde las mismas primarias.
La figura de Obama mismo fue una que construyó su identidad como candidato poniendo al mismo nivel el mano a mano con la virtualidad.
Los videos que ciudadanos de a pie subieron a You Tube fueron parte de esa construcción. Las frases de campaña recreadas en forma, idioma y estética una y otra vez. En un salto espacio/tiempo, el mismo día de la elección uno de mis amigos en Facebook me invitaba a sumarme a una campaña virtual que donaba por un día el status de miembro por un voto a favor de Obama.
La acción en los foros de debate, las coberturas independientes, las redes que se tiraron desde los sitios institucionales de figuras mediáticas reconocidas, todo aportó al famoso cambio que se impulsaba al mismo tiempo que a la importancia de ser protagonistas de ese cambio. Nadie fue demasiado chico ni insignificante: el nuevo tablero puso a todos en un pie de igualdad y un voto realmente fue un voto.
Si lo vemos con ojos desnudos y desinteresados, Barack Obama fue sólo un hombre con un gran slogan y un aparato de campaña impresionante que ganó la presidencia en un país que no es el nuestro. Y punto.
Pero desde el 20 de Enero de 2009, Barack Obama será el presidente de uno de los países que deciden sobre los destinos de todos.
Hasta entonces, habrá espacio para creer. Del resto se encargará la realidad, tal y como lo hace siempre, y de cómo la enfrente dependerá su destino.
Pero por un momento y más allá de todo, el cambio volvió a estar en manos tan pequeñas que pudieron asirlo, analizarlo, convertirlo en voto y elevarse para celebrarlo con el orgullo de haberlo creado.
En cualquier lugar del mundo y de la historia en el que nos encontremos, somos los padres de esa criatura.
Es hora de reconocerlo y hacernos cargo.
Es nuestra hora y de lo que hagamos con ella rendiremos cuenta como nación.
Horas y horas de multimediática atención mientras medio mundo se obamizaba.
Es épica en estado puro, es camino y lucha, es lo pequeño que se hace enorme, es el encuentro con destinos de grandeza, es el triunfo del postergado o la reivindicación del final.
Y aunque la historia no sea la nuestra, nos identificamos, nos fascina, nos inspira, nos agiganta, nos da poder.
No soy ciudadana estadounidense y, por lo tanto, no voto. Sin embargo, esta madrugada me quedé viendo los canales de noticias sin cesar hasta que el nuevo presidente electo de los Estados Unidos de América terminó su discurso y la gente comenzó a dispersarse.
En su momento hice lo mismo cuando ganó Michelle Bachelet su elección en Chile y también cuando Cristina Kirchner hizo lo propio de este lado. Y cuando hace unos días atrás tuvimos la rareza de reconocer en vida la figura de Raúl Alfonsín, durante años desdeñada por partidarios, opositores y su propio pueblo.
Anoche me maravillé con el dominio de oratoria de los dos candidatos, con la demostración de caballerosidad cívica entre ambos, con la omnipresencia de un sentido de patria que no es privativo de nadie y patrimonio de todos, con la agitación de una nación en torno a su futuro.
He de confesar que también sentí una cierta envidia, o llamémosla anhelo, por tener un poco más de eso en este ruedo nuestro siempre tan tentado a la destrucción y desvalorización del que no piensa igual.
Pero volviendo al homo videns que fui anoche, puedo arriesgar que me sentí parte de la Historia. O mejor dicho, televidente de esa Historia ya que no testigo directo.
Hoy vivimos, creamos y participamos de la Historia de maneras que los científicos sociales todavía –al menos en su mayoría- no logran comprender lo suficiente para asignarle la validez que quizás le conferirá el paso del tiempo.
Ya he escrito mi parte sobre el rol que creo jugarán las campañas virtuales en el futuro político eleccionario argentino, pero aún así no ceso de admirar las movidas que alimentaron una de las cibercampañas más fuertes de los últimos años.
La campaña demócrata fue una que amplió el abanico desde las mismas primarias.
La figura de Obama mismo fue una que construyó su identidad como candidato poniendo al mismo nivel el mano a mano con la virtualidad.
Los videos que ciudadanos de a pie subieron a You Tube fueron parte de esa construcción. Las frases de campaña recreadas en forma, idioma y estética una y otra vez. En un salto espacio/tiempo, el mismo día de la elección uno de mis amigos en Facebook me invitaba a sumarme a una campaña virtual que donaba por un día el status de miembro por un voto a favor de Obama.
La acción en los foros de debate, las coberturas independientes, las redes que se tiraron desde los sitios institucionales de figuras mediáticas reconocidas, todo aportó al famoso cambio que se impulsaba al mismo tiempo que a la importancia de ser protagonistas de ese cambio. Nadie fue demasiado chico ni insignificante: el nuevo tablero puso a todos en un pie de igualdad y un voto realmente fue un voto.
Si lo vemos con ojos desnudos y desinteresados, Barack Obama fue sólo un hombre con un gran slogan y un aparato de campaña impresionante que ganó la presidencia en un país que no es el nuestro. Y punto.
Pero desde el 20 de Enero de 2009, Barack Obama será el presidente de uno de los países que deciden sobre los destinos de todos.
Hasta entonces, habrá espacio para creer. Del resto se encargará la realidad, tal y como lo hace siempre, y de cómo la enfrente dependerá su destino.
Pero por un momento y más allá de todo, el cambio volvió a estar en manos tan pequeñas que pudieron asirlo, analizarlo, convertirlo en voto y elevarse para celebrarlo con el orgullo de haberlo creado.
En cualquier lugar del mundo y de la historia en el que nos encontremos, somos los padres de esa criatura.
Es hora de reconocerlo y hacernos cargo.
Es nuestra hora y de lo que hagamos con ella rendiremos cuenta como nación.