Mesa de saldos

Mordiendo los primeros fríos del otoño, el tablero chubutense enfrenta su fin de temporada estival con una oferta variada sobre la mesa de saldos.

Se largan las rebajas y todos quieren su parte del botín.

En esta punta, algunos sindicalistas se arrojan sobre los últimos objetos del deseo en las tierras del post-petroboom. Vuelven las internas sindicales, las denuncias de trinchera, los ladridos desde la arena del circo mediático, y el rejunte de compañeros leales para seguir empujando –desde abajo, claro está- el carro de la desdibujada causa. Algunos miran el desguace desde la puerta porque lo de ellos es otro ruedo y, como reza el proverbio, han sabido cómo nadar y guardar la ropa.

Más allá, tirado de bruces en el revoltijo, está el político que veía su nombre numerado y ahora no le cierra la última cifra. Ya lleva tres rumores firmes que lo dejan fuera de juego y uno que lo arrima pero no lo sienta. Cada vez que está por aferrarse al saldo correcto, un codazo lo vuelve a dejar fuera de la mesa. Insiste en la búsqueda, no resignándose a esperar otra vuelta.

Tironeando de un saco que nadie se pone, unos estatales se afirman en la tarea de reclamar mejor reparto, mientras sacan cuentas de lo que cuesta esta obra y aquella acción desde la no excusa de los números. Pero la tela resiste, no cede, y en el forcejeo sólo perderán los que miran desde el borde.

Aprovechando lo que la desesperación deja por los pisos, las vemos a ellas jugándola de línea de fondo, ambicionando -cuando mucho- mantener el sillón aceitado hasta que sea el turno de otros y quedándose cómodas con las búsquedas añoradas de varios.

Suena la campana del impuestazo porque la caja tiene hambre y todos se miran de reojo, dispuestos a revolearse en la cara la prenda que tienen entre manos. Tuya!, gritan los más rápidos y se apartan del rebusque, dejando en inevitable orsai a propios y ajenos.

El mercader avanza hacia la mesa y dice que todo aumenta, que la burbuja no se sostiene y alguien tendrá que dar por terminada la fiesta y hacerse cargo de la cuenta. El clima de desenfreno se enfría y queda claro que el único con chequera tiene el crédito cortado.

Los transeúntes ocasionales desfilan frente a las vidrieras. Apenas prestan atención a lo que ocurre en la mesa. Casi todo les es indiferente. Para ellos es sólo un día más y la verdadera lucha está en otra parte.

Mientras tanto, desde la pantalla que nos sale cada vez más caro ver, uno de los políticos más modernosos desgrana, encorvado y en remera, un discurso marca “te lo digo de onda, negra” desde el último spot marketinero emitido en los albores del Día Internacional de la Mujer. Con cada arruga marcada y bronceado que no viene de paleta, marca el estilo de una política más de patio de casa que de comités, unidades básicas y actos con bombo.
La liquidación 2009-2011 viene con descuentos inimaginables en otra época y tiene hasta un plan XYZ de alternativas, candidatos y votos.
El hijo de este, la esposa de ese, el otro hijo de aquel otro, el ministro, el intendente, el senador, el diputado. Política de rebajas, de “es lo que quedó”. Pasen y vean.
Como diría el genial Tato: "Por eso, mis queridos orejones del tarro, no se descuiden… Así que a seguir laburando, atenta la neurona, vermouth con papas fritas y ¡good show!".