Sentados sobre calabazas
El hijo del policía. El sobrino del vecinalista. El nieto del albañil. La hija del doctor. La nuera de la empleada doméstica. El hermano menor del puntero. Todos en la misma foto borroneada. Todos con iniciales en negro sobre blanco. Todos anónimos e inimputables. El nene de mamá. La princesa de papá. Los 16 de ayer convertidos en los 10 de hoy. Demasiado estímulo para cerebros que sólo atinan a tomar el paso, cuando y como pueden, entre una niñez perdida cada vez más temprano, una adolescencia cada vez más adulta y una juventud que llega, sí, pero desgastada. Demasiadas decisiones, sin importar las abundancias o carencias del entorno. Una agenda implícita que los pone a cargo de sus familias o de sus futuros, cuando apenas pueden manejar su propio cambio. Escuelas con horarios eternos o erráticos, familias con prioridades alteradas por trabajos que no se apiadan de nada o planes sociales adictivos, hogares disueltos por violencia, desidia, drogas y alcohol. Deambulando en un mapa no