Un buen hombre

Ha muerto Raúl Alfonsín.
Un político, un estadista, un pacificador, un luchador, un creyente.
Un hombre culto, honesto, comprometido.
El padre de la democracia. El guardián de la memoria.
Un histórico. Un constructor.
Un buen hombre.

Hace dos horas que intento encontrarle palabras a esta pérdida.

De todas las imágenes, de todos los discursos, de todas las páginas de diarios de la historia reciente, me quedo entrampada en la fascinación por su oratoria perfecta y hechizante, madre de muchas frases recordadas hasta el cansancio. Y siempre, siempre, en el mar de banderas argentinas, rojas y blancas, que lo saludaba en el regreso a la democracia. Esa imagen increíble, esa sensación electrizante, que ningún político ha recreado con exactitud en tiempos más recientes.

No tengo la edad suficiente para haber sido protagonista de esa época.
Los míos son recuerdos coleccionados a posteriori y, sin embargo, cada vez que voto regreso a aquel 30 de Octubre de 1983 en el que esperé una eternidad hasta que mi mamá pudo votar.
La memoria salta a un tiempo en el que hace pie en otras Pascuas, de seguro muy distintas a las que viviremos este año. Tampoco entendía de qué se trataba entonces y recién pude alumbrar esas ideas en pensamiento muchos años después, ya en la Universidad.
Luego vino la época de la crítica feroz de propios y ajenos, los años de soslayo y la perseverancia en la vuelta al ruedo. El codo de la historia contemporánea torciéndose hacia el lado que se imponía sobre la figura.

Y es que tal vez el legado de Raúl Alfonsín sea para muchos la cohesión que nos lleva a creer en la democracia posible.
Una entre la plaza llena de banderas y la pelea por los ideales del poder, con parada intermedia en cómo ceder sin dimitir, cómo dialogar y construir.
Quizás su figura sea como aquella imagen del patriarca que espera y confía en que quienes lo sucedan vayan aprendiendo camino y abriendo rumbo a la par, aunque de tanto en tanto intente rectificar el rumbo.
Ojalá, pienso… mientras alguien me deja un mensaje de texto en el celular diciéndome que va caminando hacia el Congreso.
De alguna manera, hacia allá vamos todos, de este lado del televisor o en tiempo real.
A rendir respeto, a aceptar culpas, a llorar la pérdida, a pedir perdón, y -sobre todo- a reconocer y agradecer.
Hacerlo hoy que ya no quedan los apuros de los tiempos políticos, los compromisos de las cargas institucionales, los tironeos de sectores… y desde hace un tiempo, cuando se concretó el consuelo de haberle reconocido su legado en vida, las deudas históricas.

En esta democracia tan baqueteada y quebrada de sueños, con estrellas caídas y muchas veces sin horizonte, algunos encontraremos siempre inspiración en la figura de una persona que demostró, sin prisa y sin pausa, que aquello que la mezquina coyuntura retacea finalmente lo corona con grandeza la Historia.

El celular vuelve a iluminarse: “La actividad política es la actividad más noble que puede desarrollar un ser humano cuando se la ejerce desde la convicción más profunda, la honestidad más ostentosa y la valentía más envidiable. ¡Viva Raúl Alfonsín!”
Me sonrío con nostalgia.
Hoy ha muerto un buen hombre.
Hoy ha muerto un imprescindible.
Hoy, quizás, algunos estamos un poco más solos.