La marcha de un hombre pequeño

No debiera ser tan difícil describir una campaña presidencial, lo que al fin y al cabo era el objetivo cuando comencé a escribir esta columna. Sin embargo, la tarea ha amenazado con convertirse en inabordable.
Los actores de esta trama entran y salen de la escena con la velocidad de la fama de “la chica del verano”. Hoy son candidatos, mañana se descartaron, pasado los impostulables vuelven a etiquetarse, y siempre hay uno que todavía lo piensa.

En medio del revoleo de arena, el tejemaneje pre-electoral lo enreda todo. En nuestro país ya no hay decisiones pequeñas, fotos intrascendentes, gestos insospechados ni diálogos casuales. Palabras como “conspiración”, “estabilidad institucional” y “renuncia” son pronunciadas con una ligereza tal que el tablero tiembla y los jugadores se preguntan cómo mantendrán las fichas en juego el tiempo que sea necesario, o si acaso alcanzarán a batir los dados para el próximo movimiento.
En este esquema, no son muchos los nombres que se arriesgan a largar primeros en una carrera que promete exterminar a los más pintados.

Con mayor o menor inserción, Gobernador presidenciable y ex Presidente cuasi-presidente, Mario Das Neves y Néstor Kirchner son dos marcas del mismo producto que nos llevará a todos hacia el 2011. Aunque disímiles, comparten la misma ambición.
El objeto de la hora se llama Poder y todo hace preveer que veremos casi dos años de construcción horizontal, hombre por hombre, con alianzas impensadas y cuadros recuperados de la nada, en el que los campos de batalla serán las bases peronistas y no tanto.

Quienes observaron de cerca el entramado de la visita K a Comodoro Rivadavia el año pasado reafirmaron la percepción hasta lo innegable.
La cancha se abrió en dos lados y no quedó en pie ni un árbitro improvisado, que prefirió advertir a posteriori desde vestuarios, cuando no callar el fallo hasta que se diluyera la atención de la hinchada. En el medio, voces de uno y otro sector, que hasta no hace demasiado martillaban cánticos de modelo unívoco, terminaron enfrentadas a lo Far West. La única verdad es la realidad, decía el General, y para los peronistas chubutenses la realidad fue un estamparse contra muros impensados hacía pocos meses y un día.
La pregunta es cuántos escenarios multiplicados en el mapa argentino verán el mismo juego y qué quedará después del silbatazo del final… aunque lo visto se asemeja mucho a una cancha mal pisoteada y ni siquiera el eco de una victoria resonante.

La otra realidad que se convierte una vez más en verdad -lo cual prueba que la política argentina no evoluciona- es que los duelos que más interesan per se a los observadores centrales son los de titanes.
Tan anquilosados como los del ring, siempre vuelven como corderos del autosacrificio. Es extraño vivir en un país en el que los candidatos a presidente lo son porque los obliga el de enfrente, o el modelo, o una aparente realidad circundante.
No hay espacio en el espectro para las figuras pequeñas, a menos que lo compren al minuto o acto por acto. Era interesante creer que un sistema con elecciones primarias permitiría la surgencia de protagonistas otrora impensados, por provenir de distritos chicos o por carecer de fondos para sostener el goteo constante de una campaña nacional. A estas alturas del juego me pregunto si, más que interesante, no haya sido ingenuo pensarlo.

Es en este contexto que una campaña como la de Das Neves se convierte en un imán para el análisis.
Es fácil decir que no le ganaría a un Reutemann, a un Duhalde, a un Kirchner y que sólo logra cobertura mediática pagando o generando polémica.
Es simple sumar y asegurar que los votos no le dan, que no tiene entrada en los principales distritos electorales, que es despreciado por propios e ignorado por ajenos.
Va de cajón que se lo compare más con las frustraciones de Sobisch o que se remarque que araña el fondo de las encuestas de popularidad.

Sin embargo, fue el primer pre-candidato lanzado oficialmente al ruedo.
En un coro en el que muchos “quieren”, es el que ya “quiso” y va por todo.
Es el único que está, desde ese lugar, recorriendo el país con reuniones a veces tan chicas que venderlas como actos roza el error, y el único que plantea posturas públicas desde una agenda electoral blanqueada.
El resto, con toda la prosapia que arrastran muchos, es casi más de lo mismo: el referente institucional o dirigente histórico que, sin plantar bandera, mete el pie disimuladamente en el plato para probar el punto de la salsa.

Desde lo digital, la campaña echa mano desde el lanzamiento en sí al ciudadano virtual. Fenómeno no del todo comprendido e incluido, será esta la primera presidencial que tenga una base fuerte en ese dominio. Es una joya sin pulir y hasta con fallas de ejecución en algún punto, pero hay que reconocer que apuntaron a la veta correcta.
Desde el mano a mano, la búsqueda de presencia territorial en lo nacional deja una sensación de vacío en el nido provincial, a veces traducida por intérpretes oficiosos en simple desgobierno. Un talón de debilidad que bien podría hundir dos barcos, y que abre un frente interno no del todo deseable como desafío en la agenda.
Desde lo discursivo, el desafío pasa por la mesura de no caer en excesos fácilmente condenables por el archivo de lo actuado en los últimos seis años. Es una tarea que ha abordado con altibajos en los últimos meses, en especial con declaraciones que en tren de ser enérgicas descarrilan en determinantes. Aún así, es innegable que su nivel de discurso político se ha ido elevando, haciéndose más preciso y compacto con el transcurrir de las exposiciones en los principales medios nacionales.

“Nuestro sistema requiere, básicamente, que los candidatos de los grandes partidos sean patológicamente ambiciosos. ¿Qué persona normal estaría dispuesta a sufrir las indignidades de una campaña nacional?”. Se lo preguntaba Eugene Robinson desde las páginas del Washington Post hace un par de años, y al leerla me suena más que adecuada para el ruedo que nos toca.

Mario Das Neves tiene esa ambición. Será sólo él quien sepa qué precios está dispuesto a pagar y cómo.

Está bien.
Quizás nunca llegue. Quizás el Presidente sea otro.
Quizás ni siquiera le toque una silla en la mesa más chica del poder, que sin importar el tamaño siempre es redonda.
Quizás sea un sueño que haya salido caro y nunca sepamos a ciencia cierta en qué medida lo hemos financiado desde el Estado o si la apuesta fue de otros.
De todos los quizás, la realidad ineludible es que el primer gobernador de la provincia en caminar hacia una presidencia es un hombre pequeño.
Con menos bronces y glorias que varios posibles contendientes, con hazañas cuestionadas y quizás marketinizadas en exceso. Lo que en Obama fue inspiración y en Lula una reseña épica, en Das Neves suena más a Sancho que a Quijote. Pero, lo crean o no, la base del proceso de construcción como candidato presidencial es la misma.

Como ciudadanos de una democracia, no saber cómo se construye un presidente es una ignorancia que no podemos permitirnos. Es preciso entender que el bien que se comercializa tiene su propio código, que el financiamiento de las campañas se mide en millones, que existe todo un andamiaje de grupos de poder con redes transversales en todos los ámbitos que es indispensable para cualquier avance. No saberlo o, lo que no es lo mismo, decidir ignorarlo implica no conocer el lugar que ocupa nuestro voto ni hasta qué punto es válido.

Siempre me ha asombrado la fascinación que tenemos los ciudadanos argentinos con los Mesías presidenciables.
Siempre me he preguntado por qué siendo hombres y mujeres tan pequeños como el señalado, carecemos del envión para gestar y votar cambios a nuestra imagen y semejanza. Es como si tuviéramos una falla en el proceso de identificación con nuestra clase política.
Lo pienso y me digo que es probable que haya un presidente más “presidente” en el 2011. Y también sospecho que no pasará mucho hasta que le pidamos que piense como un hombre pequeño y actúe en consecuencia.
Vaya paradoja…