Estos son los días
Este año a los comodorenses nos ha tocado vivir en difícil.
Desabastecidos, paralizados, piqueteados o piqueteros, deambulamos entre góndolas buscando el litro de leche imposible o hacemos colas interminables en la estación de servicio menos congestionada para llegar al surtidor donde con suerte todavía habrá algún tipo de combustible, el que sea.
Atrás quedó el tiempo del marketing, en el que tenían que convencernos de que aquella marca era mejor que esta. Esta vez los publicistas la tienen fácil.
Ya no optamos por el combustible más "verde" o eficiente, o el de la empresa que nos regala puntos por fidelidad. Vamos por el que tenemos más a mano en medio de la urgencia o la provisión obligada "por si empieza el paro".
No buscamos vivir en el lugar que siempre soñamos. Nos conformamos con lo que podemos pagar, a sobreprecio y mal ubicado.
No elegimos los productos que nos gustan. Elegimos los de precios acordados, las ofertas, las promos y, si vienen de un mayorista que hace que las cuentas cierren mejor a fin de mes, también los tomamos.
Cocinamos a fuego lento, con el gas que nos va quedando, sumergidos extra-oficialmente en la crisis energética mientras seguimos sin ver una sola campaña de acción gubernamental coherente para inculcarnos el ahorro de energía.
Ni hablar de que ya no volamos en la aerolínea más barata o en la que nos sentimos más cómodos, sino en la que logre despegar dentro del día de demora o en la única que nos lleva al destino elegido.
Nos vamos conformando, pero conformando mal. A sabiendas de que en la agenda del tira y afloje de los que pelean por poder siempre estaremos en el margen.
A regañadientes, de mal humor, protestando con pie en piso y descargando la tensión con el que se nos ponga enfrente, peatón o conductor del coche de al lado.
De tan frustrados, ya ni esperamos que algo mejor nos pase. Nos sentamos en la vereda a ver pasar cadáveres de enemigos o murgas, carentes del mínimo sentido de acción.
Desde ya que no sabemos cómo ser ciudadanos activos, así es que la única esperanza sería la urna. Pero también en ese ruedo compramos lo que quede o lo que venga en el paquete devaluado de la política contemporánea. A alguien hay que votar y siempre votar en blanco nos da un poco de pena o mucho más de bronca. Ahí estaremos, entonces, en la fila en Septiembre y Octubre, apretando dientes porque la mesa no abrió a las 8 o porque llegamos al cuarto oscuro con la triste idea de que todo es lo mismo, mientras la Justicia Electoral abre un padrón de voluntarios para cubrir los cargos de autoridades de mesa porque ya ni pagando logran que nos hagamos cargo.
Y vamos gestionando paso a paso esta extraña idea de mal merecimiento. Purgando culpas de décadas pasadas como si fuera inexorable cargar con ellas y enlodándonos en la inconsciencia, aunque ya no tan felices, todavía sin entender que los cambios están en nuestras manos.
En un sistema que funciona para todos los que supieron construirlo a su beneficio, imagen y semejanza, el único rol que nos cabe como ciudadanos es el de culpables.
Estos son los días en los que el resultado de nuestra falta de compromiso, nuestro espíritu de ciudadanos de paso, nos dejan exactamente en el lugar que hemos creado: el caótico país de los ciegos donde el tuerto siempre es rey.