Es el lobby, estúpido

Reinventada hasta el cansancio, la frase “es la economía, estúpido” marcó toda una época en lo que a discurso político se refiere. Por si no conocen la historia, se las resumo.
George Bush, el padre, iba de campaña presidencial en los Estados Unidos del Norte frente a Bill Clinton allá por el ‘92. Los números no favorecían a los demócratas cuando James Carville, estratega de la campaña Clinton, armó un cartel para su equipo con tres lineamientos para enfrentar el tanque Bush que avanzaba y se alejaba usando como punta de lanza el dominio en política internacional. Las tres frases de Carville fueron:
- Cambio vs. Más de lo mismo
- La economía, estúpido
- No olvidar la salud pública
El cartel trascendió el ámbito interno de la campaña y la segunda frase se convirtió en el caballito de batalla de Clinton, uno que lo llevó hasta la Casa Blanca. A modo de legado a la posteridad, la línea quedó para el uso del mundillo político y mediático, y se ha adaptado a los más diversos focos de atención desde entonces. Fin de esta historia.

A miles de kilómetros al sur de Washington, me sentaba días atrás en un atestado seminario sobre instrumentos financieros para PyMes en la pujante Comodoro, que quién sabe con certeza si tiene a alguna empresa como para entrar en esos juegos millonarios propuestos. Como es de rigor, la apertura del evento recayó en una autoridad municipal de peso. Y allí estaba, cumplidor como pocos, el ViceIntendente Sergio Bohe despachando una idea clara y certera en el entorno menos esperado: “Comodoro Rivadavia carece de capacidad de lobby”.
Lo dijo así. Sin vueltas. Y enseguida agregó, reafirmando, la convicción de que los reclamos no van acompañados de estrategias.
Y tuvo más razón que nunca.

Lobby ha sido una palabra y un accionar desprestigiado y mal manejado en la política nativa. Sin embargo, el mecanismo de ejercer presión o influencia funciona y –ya que no existe un instrumento legal que lo regule- en más de una ocasión termina derivando en corrupción lisa y llana, del tipo que no reconoce delgadas líneas rojas.
Pero antes de ese paso final y muchas veces evitándolo, el lobby también es lo que permite a los pequeños aunar fuerzas y encaramarse con la onda frente a la ominosa presencia de los Goliat.
En ese rincón ha sido casi ignorado como acción ciudadana. Demás está decir que son pocos los grupos de presión no politizados que encaran reclamos con estrategia.

En el caso de nuestra región, ya no se habla de lobby de intereses regionales desde que la Presidencia de la Nación ha recaído en manos de no uno sino dos patagónicos. Ese es tema del pasado y se considera que, per se, todo reclamo tiene a los más excelsos embajadores para abogar por su causa.
Es un comodismo, por ponerle una etiqueta, antes que una convicción basada en concreciones, ya que la dupla patagónico-presidencial ha favorecido mucho en su accionar político, pero también ha olvidado.

Haciendo pie en nuestra provincia, lobby es parecido a campaña cuando ciertas líneas se entrometen en el discurso del ya podríamos decir pre-candidato presidencial Mario Das Neves. Es un lobby con segundas intenciones, claro, y por ello un tanto desvirtuado cuando se convierte en moneda de cambio en los avatares del tablero o en cantito de tribuna de los cortesanos que bien podrían seguir a este rey o a otro. Pero es innegable que está. Hacia el ámbito nacional, la voz gubernmental procura hacerse de un sector a representar, amplio y aglutinante, mientras empuja unos intereses sobre otros en la agenda. Desde la sociedad civil, las voces han tenido sus momentos en la asamblea de vecinos autoconvocados de Esquel y su NO a la minería, o en los grupos que han pugnado por la revisión de la concreción del Dique Los Monos.

En nuestra ciudad de muchas quejas, sin embargo, la acción no encuentra una salida ordenada ni en estrategia ni en acciones. Más allá de las gestiones capitalinas hacia las que desfilan uno tras otro los intendentes de turno para someterse a tiempos de presupuesto y escritorio, o de los exabruptos ciudadanos generados en el cansancio de soportar una y otra vez las mismas cantinelas, no existe un plan de acción claro y proyectado que nos lleve a un destino cierto. Dicho de otra manera, hacemos lobby sin norte. Los últimos intentos medianamente organizados desde la parte ciudadana provenían del conocido Grupo Productivo, que se desbandó sin llegar a la carrera de fondo, o cada tanto de la Cámara de Comercio que alza la voz sobre alguna que otra situación. Pero nada más.
Entonces nos hundimos bajo el peso de lo tolerado: obras que no concluyen, calles de rally 4x4, carencia de horizontes de desarrollo sin petróleo, precios imposibles, inseguridad que mutila y mata, eternos cantos de sirena sobre una ciudad del futuro que se aniquila en el presente.

Como uno decida verlo, el lobby es un factor de cambio. Influir para alterar un curso fijado.
Desde el periodista independiente, con su voz única que moviliza otras, hasta los grupos autoconvocados o las asociaciones civiles para defender un interés comunitario o sectorial.
Desde el ciudadano que escribe una carta al lector hasta las asambleas que ponen en claro sus reclamos y protestan.
Desde el político con línea propia hasta el diputado con bloque unipersonal, ambos con igual hambre de base.
Desde el gobernante que se hace eco e identifica con las necesidades de su gente, hasta el que llega para algo más que seguir acumulando.
Todos tienen en sus manos la posibilidad de influir para cambiar.
Creo en el lobby individual tanto como en el grupal, o quizás más. Pero, como bien dijo Bohe, si ese cambio no tiene una estrategia en el bolsillo la presión se va de centro, se diluye, deja paso a otra y desaparece en una niebla muy parecida a la eterna frustración.