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Grandes bolas de fuego

Uno de los hechos insólitos de los pasados días comodorenses ha sido la caída de una bola de fuego frente a la costa de la ciudad. Les juro que hay varios testigos. Nadie atina a dar una explicación científica ni mucho menos y, a través de comentarios virtuales y no sin humor, los lectores de uno de los diarios locales se encargaron de especular que se trataría de marcianos enterados de la posibilidad de usurpar tierras hasta una nueva estrategia petrolera para tomar plantas de almacenamiento costeras. Muchos, con menos humor y hasta alivio, celebran que la trayectoria del objeto desconocido haya terminado en el mar y aseguran que lo último que la faltaría a la actual administración municipal sería lidiar con un impacto profundo en pleno centro de la ciudad. Rodeando el evento, otras bolas de fuego han ido cayendo sobre el cada vez más bombardeado campo de la política local. La elección de Ricardo Trovant como vocero de la gestión ante la problemática suscitada por las ocupaciones ileg...

Es el lobby, estúpido

Reinventada hasta el cansancio, la frase “es la economía, estúpido” marcó toda una época en lo que a discurso político se refiere. Por si no conocen la historia, se las resumo. George Bush, el padre, iba de campaña presidencial en los Estados Unidos del Norte frente a Bill Clinton allá por el ‘92. Los números no favorecían a los demócratas cuando James Carville, estratega de la campaña Clinton, armó un cartel para su equipo con tres lineamientos para enfrentar el tanque Bush que avanzaba y se alejaba usando como punta de lanza el dominio en política internacional. Las tres frases de Carville fueron: - Cambio vs. Más de lo mismo - La economía, estúpido - No olvidar la salud pública El cartel trascendió el ámbito interno de la campaña y la segunda frase se convirtió en el caballito de batalla de Clinton, uno que lo llevó hasta la Casa Blanca. A modo de legado a la posteridad, la línea quedó para el uso del mundillo político y mediático, y se ha adaptado a los más diversos focos de atenci...

Comodoro era una fiesta

Somos petroleros. Todos. Desde el primer al último habitante de nuestra ciudad, si es que tal orden existiera. Sin importar en qué trabajemos o si estamos en la búsqueda. Sin siquiera movernos de nuestras casas. Somos petroleros virtuales, sin las 12 horas de yacimiento y los regímenes 7 por 2. Pero somos petroleros. Somos petroleros cuando pagamos alquileres de 1.000 pesos por una pieza en un garage de un barrio marginal. Somos petroleros cuando un par de botas no baja de los 200 pesos o una campera de 400. Somos petroleros cuando una pizza común y corriente pasa los 30 pesos y salir a comer nos enfrenta a una irrealidad en la que una ensalada llega a los 40 pesos. Somos petroleros porque nuestra vida se mide en lo que podemos alcanzar y lo que no, según lo que ganamos por mes. Adiós al ahorro, la planificación y los gustos. Adiós al futuro de largo plazo. La vida se disfruta a billetazos o no se disfruta. El futuro es hoy… o a lo sumo, mañana. Somos petroleros porque vivimos etername...

Despabílate, amor

Medianoche. En una calle perdida de un barrio marginal un taxista pierde la recaudación del día a manos de un pibe de 14 que quizás nunca aprenderá que robar no está bien. Con esos pocos pesos, se le van también la “sensación” de seguridad, las ganas de seguir laburando, el ánimo para pelearle a la vida un poco de dignidad. El crimen paga. El trabajo no. Seis de la mañana. Una chica sale de su casa para tomar el colectivo. Vive en los kilómetros. Es la época del año en que todavía es noche a esa hora. La parada le queda cruzando un terreno baldío grande como dos canchas de fútbol. La iluminación no venía incluida con el plan de viviendas estatal. A mitad de camino, la cruza una camioneta de transporte de personal de una empresa petrolera. Lejos de sentirse protegida por la presencia, se siente amenazada. Los gritos de los hombres distan mucho de ser protectores. Se pregunta si tiene que soportar eso, mientras baja la mirada y camina lo más rápido que puede. Once de la mañana. En pleno ...

Un mundo de sensaciones

E. vive en el Máximo Abásolo. Uno de los barrios más populosos e infames de Comodoro. Las calles muchas veces ni siquiera pueden ser consideradas más que huellas. Las casas son precarias. La grilla urbana, desdibujada y por momentos incierta. E. tiene dos rutas para llegar a su casa. Una antes de las ocho de la noche y otra de ahí en más. A la segunda la llama “la ruta segura”. Me encuentro llevándola de regreso después de un evento de la institución en la que colaboro y donde trabajó varias horas. Es muy tarde. Digamos casi las dos de la madrugada. Me explica que tengo que seguir por donde vamos hasta que se termine el asfalto, y después seguir más, hasta que se termine la avenida ahora de tierra. Que a partir de ahí, ella me va a guiar. Vamos hacia esa parte de la ciudad que apenas existe para la otra parte. Estigmatizados, sus habitantes muchas veces ni siquiera consiguen trabajo cuando dicen donde viven. E. me cuenta que un día, estando en otro trabajo en la zona norte de Comodoro,...

Autitos chocadores

Hace unos días veía en uno de los canales locales cómo se daban a conocer las alternativas de un control de alcoholemia llevado adelante por el área correspondiente, con el respectivo Subsecretario a cargo de implementación y declaraciones posteriores. Me pregunté entonces lo que me ha quedado como duda de siempre: si acaso sirven estos controles aislados cuando el conductor irresponsable está en todas partes, no alcoholizado precisamente, y poniendo muchas vidas bajo el capricho de sus (in)habilidades al volante. O mejor aún: ¿estamos apuntando realmente al problema? La vida moderna tiene maneras para sacar a un ser humano de ese equilibrio, a veces precario, que lo lleva a mantener la presión a raya. Y para esto, la petrovida en la que nos debatimos los comodorenses nos brinda algunas alternativas que van desde el consumismo exacerbado hasta la superficialidad absoluta. Y en medio, claro, la creencia de que tenemos todo bajo control y nada ni nadie puede desafiarnos. Cuando lidiamos...