Latidos bicentenarios
Entre el fuego de las ideas y las pasiones de la política diaria, hoy comienza el despertar irremediable y bicentenario. El bronce de la gloria fundiéndose con la sangre de nuestros ancestros latiendo, milenaria y ansiosa.
Los tiempos se renuevan y el pensamiento busca el salto cuántico que lo eleve hacia otro lugar, hacia el nacimiento de otra nación. Y en medio de esta turbulencia supongo que podría escribir sobre inmortalidades y glorias, sobre próceres y prohombres, sobre ilustres e Historia… pero sólo me sale recordar las manos quebradas, las fotos de sepia, los heroísmos anónimos, las historias de familia contadas alrededor de una mesa.
De todo el andamiaje que sostiene 200 años de patria, elijo creer que este es el fundamental, el arco ojival de nuestra Argentina gótica, compleja, misteriosa y exquisita que ansía siempre elevarse.
En los días que vienen muchos recordarán las voces del pensamiento fundador, pero quizás las más olvidadas sean aquellas que más me inspiran. Aquellas que, sin prisa y sin pausa, como gotas mínimas que enfrentan la piedra, se descubren enormes en su legado para el tiempo. Las que hablaban bajito y simple de valores, de trabajo, de lealtad, de honestidad, de compromiso, de ayuda mutua que luego se llamó solidaridad. Las que no decían mucho porque reconocían el valor del silencio, la importancia del hacer. Las que se revelaban y rebelaban cuando era menester no callar. Las valientes de lo cotidiano, las fuertes, las persistentes, las imprescindibles.
Benito Zuzenean me canta en vasco al oído… En ti eres todos los corazones, pero no te percatas de ello. Llevas la alegría y el dolor de todos los corazones en tus latidos, pero no los has visto aún porque estás abrumada acumulando valores. Quieres ser inmortal y lo eres, inmortal en todos los corazones, en el corazón… vida, risa, llanto, muerte, corazón.
Y pienso en mis tatarabuelos indios, españoles, italianos, ingleses, galeses…
Vuelvo la mirada e imagino sus corazones plenos de esas alegrías y dolores, de valores de vida, de trabajo.
La fijo en las manos de mis bisabuelos y abuelos que creyeron en la gesta patagónica, haciendo de este su lugar en el mundo.
La sostengo en el trabajo de mis padres, que ganando o perdiendo, siguieron apostando su vida a permanecer en ella.
Me reconozco en el reflejo de las personas que he elegido como cercanas en el camino de mi vida.
Ellos me hacen argentina, confiada y comprometida con una tierra que pareciera comenzar a despertar y comprender el sueño.
Ellos me hacen valiente, fuerte, una voz que persiste.
Ellos me hacen bicentenaria.
Los tiempos se renuevan y el pensamiento busca el salto cuántico que lo eleve hacia otro lugar, hacia el nacimiento de otra nación. Y en medio de esta turbulencia supongo que podría escribir sobre inmortalidades y glorias, sobre próceres y prohombres, sobre ilustres e Historia… pero sólo me sale recordar las manos quebradas, las fotos de sepia, los heroísmos anónimos, las historias de familia contadas alrededor de una mesa.
De todo el andamiaje que sostiene 200 años de patria, elijo creer que este es el fundamental, el arco ojival de nuestra Argentina gótica, compleja, misteriosa y exquisita que ansía siempre elevarse.
En los días que vienen muchos recordarán las voces del pensamiento fundador, pero quizás las más olvidadas sean aquellas que más me inspiran. Aquellas que, sin prisa y sin pausa, como gotas mínimas que enfrentan la piedra, se descubren enormes en su legado para el tiempo. Las que hablaban bajito y simple de valores, de trabajo, de lealtad, de honestidad, de compromiso, de ayuda mutua que luego se llamó solidaridad. Las que no decían mucho porque reconocían el valor del silencio, la importancia del hacer. Las que se revelaban y rebelaban cuando era menester no callar. Las valientes de lo cotidiano, las fuertes, las persistentes, las imprescindibles.
Benito Zuzenean me canta en vasco al oído… En ti eres todos los corazones, pero no te percatas de ello. Llevas la alegría y el dolor de todos los corazones en tus latidos, pero no los has visto aún porque estás abrumada acumulando valores. Quieres ser inmortal y lo eres, inmortal en todos los corazones, en el corazón… vida, risa, llanto, muerte, corazón.
Y pienso en mis tatarabuelos indios, españoles, italianos, ingleses, galeses…
Vuelvo la mirada e imagino sus corazones plenos de esas alegrías y dolores, de valores de vida, de trabajo.
La fijo en las manos de mis bisabuelos y abuelos que creyeron en la gesta patagónica, haciendo de este su lugar en el mundo.
La sostengo en el trabajo de mis padres, que ganando o perdiendo, siguieron apostando su vida a permanecer en ella.
Me reconozco en el reflejo de las personas que he elegido como cercanas en el camino de mi vida.
Ellos me hacen argentina, confiada y comprometida con una tierra que pareciera comenzar a despertar y comprender el sueño.
Ellos me hacen valiente, fuerte, una voz que persiste.
Ellos me hacen bicentenaria.