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Pequeñas historias de horror

Desde fin del año pasado escucho pequeñas historias de horror sobre aquellos y aquellas que van perdiendo sus trabajos e ingresos, y lo mucho que eso afecta toda su vida y las de los suyos. En un segundo no hay más sueldo para vivir, carrera para estudiar, oportunidades educativas para los hijos, sostén para los padres, tratamientos médicos, ahorros para proyectar, planes… futuro. Hace unos días escuché el último racconto y tuve un impulso que no sentía hace mucho tiempo: las ganas de volver a escribir. Mal, como saliera, con teclas oxidadas y sin estilo. No importaba, y testimoniar sí. Tal vez me cansé. Quizás ya no me sirve admitir en voz baja a algún amigo que lloro con muchas de esas vivencias que me cuentan. Por ahí ya me resulta un insulto ese hay que aguantar del desafortunado discurso que cunde entre propios cómodos y ajenos encumbrados. O será porque pienso que el punto de quiebre social ya se superó y nadie estaba mirando. “Ahí”. La palabra chiquita que res...

Grandes bolas de fuego

Uno de los hechos insólitos de los pasados días comodorenses ha sido la caída de una bola de fuego frente a la costa de la ciudad. Les juro que hay varios testigos. Nadie atina a dar una explicación científica ni mucho menos y, a través de comentarios virtuales y no sin humor, los lectores de uno de los diarios locales se encargaron de especular que se trataría de marcianos enterados de la posibilidad de usurpar tierras hasta una nueva estrategia petrolera para tomar plantas de almacenamiento costeras. Muchos, con menos humor y hasta alivio, celebran que la trayectoria del objeto desconocido haya terminado en el mar y aseguran que lo último que la faltaría a la actual administración municipal sería lidiar con un impacto profundo en pleno centro de la ciudad. Rodeando el evento, otras bolas de fuego han ido cayendo sobre el cada vez más bombardeado campo de la política local. La elección de Ricardo Trovant como vocero de la gestión ante la problemática suscitada por las ocupaciones ileg...

2009 y van…

Casi sin sentirlo se fue el 2008 y llegó el nuevo año. Esperado, en crisis, electoral, en guerra, inseguro, okupa, cansado antes de empezar. Pareciera que también al mundo se le ha hecho difícil afrontar este año con esperanza. Una recorrida por los canales “científicos” el primer día del 2009 y desde entonces arroja una serie de programas especiales con títulos dignos del mejor cine catástrofe: Imágenes del Apocalipsis, La Tierra sin Humanos, y así. Hasta la cartelera cinematográfica se estrenó con un “El día en el que la tierra se detuvo”, en el que un ser de otro planeta nos advierte que lo hemos hecho todo mal. En suma, la idea imperante es un apocalíptico “moriremos todos”. O nos arrasará una ola gigante, o nos llevará por delante un cometa, o un descuido de laboratorio nos eliminará con un virus, o el clima se volverá un enemigo letal, o algo así de masivo y express. La realidad es que sí, moriremos todos, pero es probable que sea lento y doloroso y quizás nos vayamos exterminand...

Pobre niña rica

Siempre me ha asombrado esa extraña actitud de pataleo que tenemos los comodorenses y que, sin querer queriendo, nos aleja de todo lo que podríamos ser. Hablo de ese berrenchismo de nena malcriada que quiere todo lo que los otros tienen y, cuando consigue algo en particular, lo mira con desdén, lo hace a un lado, quiere lo otro que no le dieron y se deshace en reclamos invocando justicia y alegando merecimiento. Que mi ciudad se merece destinos de grandeza es algo en lo que elijo creer. Todos pensamos más o menos lo mismo de nuestros lugares en el mundo. Sin embargo, hay un detalle: la única barrera entre mi ciudad y su destino somos los comodorenses. Raza no gregaria, todavía hoy –pasado el boom migratorio- miramos con desconfianza a los no tan recién llegados y seguimos socializando de la puerta para adentro con “los de toda la vida”. No generamos espacios de encuentro, actividades de inclusión, nuevos lugares con identidades múltiples. Todo es nosotros, lo nuestro, lo nyc. Y miramos...