Autitos chocadores
Hace unos días veía en uno de los canales locales cómo se daban a conocer las alternativas de un control de alcoholemia llevado adelante por el área correspondiente, con el respectivo Subsecretario a cargo de implementación y declaraciones posteriores. Me pregunté entonces lo que me ha quedado como duda de siempre: si acaso sirven estos controles aislados cuando el conductor irresponsable está en todas partes, no alcoholizado precisamente, y poniendo muchas vidas bajo el capricho de sus (in)habilidades al volante. O mejor aún: ¿estamos apuntando realmente al problema?
La vida moderna tiene maneras para sacar a un ser humano de ese equilibrio, a veces precario, que lo lleva a mantener la presión a raya. Y para esto, la petrovida en la que nos debatimos los comodorenses nos brinda algunas alternativas que van desde el consumismo exacerbado hasta la superficialidad absoluta. Y en medio, claro, la creencia de que tenemos todo bajo control y nada ni nadie puede desafiarnos.
Cuando lidiamos con personas, el control es sólo una ilusión que se pierde en demasiadas variantes. Nada es controlable en términos de relaciones humanas. Ahora bien, cuando de máquinas se trata, los términos son otros. Y cuando la máquina es un auto, la ecuación es perfecta.
Los desafío a pensar en las calles comodorenses hace poco más de un año. Será una imagen con menos autos, seguro, pero también apuesto a que será una imagen en la que conducir no era tan riesgoso. Un momento en el tiempo en el que no pensabas dos veces en meterte en la maraña del centro o de la ruta en horas pico. ¿Una imagen con menos violencia y agresión, quizás?
Nunca fuimos una sociedad modelo en el respeto por las normas de tránsito o la figura del peatón, pero al menos reconocíamos algunos límites. Todavía en alguna esquina se cedía el paso al de la derecha, se dejaba salir de un lugar de estacionamiento o se auxiliaba a alguien en la ruta.
La inseguridad fue carcomiendo las conductas solidarias y la agresividad fue haciendo mella en el resto del terreno. El semáforo en rojo no importa, la senda peatonal menos, los carriles no se respetan y, sobre todo, el credo “vos no sos mejor que yo” lleva a muchos a usar el auto como herramienta de matoneo sin fijarse que es una de las que verdaderamente mata.
Quizás las crecientes desigualdades sociales hacen mella mucho más allá de si se puede bancar un alquiler de 4.000 pesos, o un par de zapatos de 400, o el plasma de 15.000. Quizás la siesta en los laureles de más de un sector de la ciudad, confiado de que la bonanza económica era garantía de buen futuro, nos esté dejando en una tierra con bandos enfrentados. Los que pueden acceder a una vida de lujos y los que no siempre han existido, pero aquí y ahora existe aquel que aún trabajando, ahorrando, esforzándose, no puede acceder a una vida digna, con niveles de confort básicos y muchas veces sin confort en absoluto. Y el tradicional colchón de conflictos que ha sido la clase media, demás está decir que se ha adelgazado hasta lo invisible. Menos ayudan las visiones abonadas por comunicadores y relacionistas que sindican a este destino como un emirato y a los trabajadores de la industria como jeques. Ni Estado ni empresas han hecho lo suficiente para dar a esta imagen un viso de realidad, por no mencionar al sector comercial que se ha dado a poner a sus servicios y bienes en niveles que muchas veces no condicen con una relación mínima de costo-calidad. El resentimiento es palpable en las palabras de muchos y las actitudes de muchos no hacen sino hacerlo más profundo. Nunca he creído que violencia sea sólo la física y es este el caso en el que confirmo la impresión. ¿O acaso estos tipos de abuso no son una forma de violencia?
La vida moderna tiene maneras para sacar a un ser humano de ese equilibrio, a veces precario, que lo lleva a mantener la presión a raya. Y para esto, la petrovida en la que nos debatimos los comodorenses nos brinda algunas alternativas que van desde el consumismo exacerbado hasta la superficialidad absoluta. Y en medio, claro, la creencia de que tenemos todo bajo control y nada ni nadie puede desafiarnos.
Cuando lidiamos con personas, el control es sólo una ilusión que se pierde en demasiadas variantes. Nada es controlable en términos de relaciones humanas. Ahora bien, cuando de máquinas se trata, los términos son otros. Y cuando la máquina es un auto, la ecuación es perfecta.
Los desafío a pensar en las calles comodorenses hace poco más de un año. Será una imagen con menos autos, seguro, pero también apuesto a que será una imagen en la que conducir no era tan riesgoso. Un momento en el tiempo en el que no pensabas dos veces en meterte en la maraña del centro o de la ruta en horas pico. ¿Una imagen con menos violencia y agresión, quizás?
Nunca fuimos una sociedad modelo en el respeto por las normas de tránsito o la figura del peatón, pero al menos reconocíamos algunos límites. Todavía en alguna esquina se cedía el paso al de la derecha, se dejaba salir de un lugar de estacionamiento o se auxiliaba a alguien en la ruta.
La inseguridad fue carcomiendo las conductas solidarias y la agresividad fue haciendo mella en el resto del terreno. El semáforo en rojo no importa, la senda peatonal menos, los carriles no se respetan y, sobre todo, el credo “vos no sos mejor que yo” lleva a muchos a usar el auto como herramienta de matoneo sin fijarse que es una de las que verdaderamente mata.
Quizás las crecientes desigualdades sociales hacen mella mucho más allá de si se puede bancar un alquiler de 4.000 pesos, o un par de zapatos de 400, o el plasma de 15.000. Quizás la siesta en los laureles de más de un sector de la ciudad, confiado de que la bonanza económica era garantía de buen futuro, nos esté dejando en una tierra con bandos enfrentados. Los que pueden acceder a una vida de lujos y los que no siempre han existido, pero aquí y ahora existe aquel que aún trabajando, ahorrando, esforzándose, no puede acceder a una vida digna, con niveles de confort básicos y muchas veces sin confort en absoluto. Y el tradicional colchón de conflictos que ha sido la clase media, demás está decir que se ha adelgazado hasta lo invisible. Menos ayudan las visiones abonadas por comunicadores y relacionistas que sindican a este destino como un emirato y a los trabajadores de la industria como jeques. Ni Estado ni empresas han hecho lo suficiente para dar a esta imagen un viso de realidad, por no mencionar al sector comercial que se ha dado a poner a sus servicios y bienes en niveles que muchas veces no condicen con una relación mínima de costo-calidad. El resentimiento es palpable en las palabras de muchos y las actitudes de muchos no hacen sino hacerlo más profundo. Nunca he creído que violencia sea sólo la física y es este el caso en el que confirmo la impresión. ¿O acaso estos tipos de abuso no son una forma de violencia?
El tránsito de estos tiempos se ha convertido en uno de los primeros espejos claramente plantados frente a nuestra cara. Está en nosotros sostenernos la mirada y hacer algo al respecto o seguir perdidos en la galería buscando aquellos que nos diviertan con el reflejo de nuestras formas. Y es que estamos metidos en la vorágine de este parque de diversiones que, aunque parezca la promesa de una noche de diversión eterna, indefectiblemente nos dejará en la luz de una mañana donde veremos que las luces no eran tan brillantes, que todo lo bueno acaba y que hay demasiada basura alrededor.